martes, 9 de enero de 2007

HABLANDO CON GUIONISTAS (7)

Ahora que acaba de ser elegida presidenta de la Academia de Cine supongo que es menos necesario que nunca presentar a ÁNGELES GONZÁLEZ SINDE. Pero por si acaso, aclaro que es guionista (La buena estrella, Segunda piel y más de otra decena de largometrajes, así como varias series de televisión), directora (La suerte dormida) y escritora (el libro infantil Rosanda y el arte de birli birloque). Con ella voy a hablar de un tema espinoso -sobre todo a la hora de negociar con los productores-, pero con el que más tarde o más temprano tiene que bregar casi cualquier guionista: las adaptaciones literarias.

DAVID MUÑOZ: ¿Partir de material ajeno, complica o facilita la labor del guionista?

ÁNGELES GONZÁLEZ SINDE: Te complica mucho más la vida porque partes de un pie forzado que no vas a poder alterar. Por otro lado, sinceramente te digo, muchas veces los productores se fijan en novelas que para mí no contienen material adaptable para el cine, con lo que se multiplica la dificultad. Los productores piensan que al darte una novela vas a tener que pensar menos porque parte del trabajo está hecho, ya hay personajes y hay una historia. Pero es al revés. Meter todas esas piezas en hora y media de narración audiovisual muchas veces es un rompecabezas infernal. Las reglas de la literatura y las del cine tienen poco que ver y muchas cosas que funcionan en el papel, no funcionan luego en la pantalla. Por eso elegir bien el material de partida es la base, pero eso desgraciadamente no es tan sencillo.

D.M: Yo hasta ahora solo he adaptado un par de novelas, pero en ambas ocasiones he tenido que inventar muchísimo para conseguir escribir un guión de 100 páginas. Al escaletarlas, ninguna de las dos novelas daba para un largo, o bueno, sí para un largo, pero uno en el que no pasaba prácticamente nada durante dos horas. Sin embargo, al leerlas sus productores creyeron lo contrario, que no paraban de ocurrir cosas. ¿Por qué crees que se produce este fenómeno casi paranormal?

A.G.S: Ahora mismo estoy moviendo un guión de un amigo que es novelista. Él mismo ha escrito un guión basado en su novela. Son los mismos personajes, pero otras situaciones, como si fuera un paso más allá, un año después de lo que cuenta la novela. Está muy bien. Igual de bien o más que la novela. Pues enviamos a un productor novela y guión y nos dijo que la novela le gustaba más. Yo creo que es natural que la novela guste más y que es natural que los productores se sientan más atraídos por las novelas que por los guiones, porque una novela es un producto acabado, en el que no quedan cabos sueltos. Está mucho más definido. Mientras que un guión es apenas eso, los planos de un edificio. Es más fácil comprar una casa viéndola físicamente que sobre plano. Hay que tener mucha capacidad de imaginación visual y sonora, imaginación muy creativa, espacial para leer un guión. Y requiere un esfuerzo a menudo tedioso, y especulativo. Los guiones son muy pobres comparados con las novelas. Digamos que para un productor, o para el común de los mortales, es más fácil hacerse a la idea de como quedará la película final con una novela. Por eso se sienten atraídos por ese material. Por otro lado, claro, está el hecho de que hay novelas que han sido best sellers, o premios con mucha promoción y los productores piensan que les facilitará la financiación y luego la promoción cuando la peli se estrene y que atraerá a un público que ya compró la novela.
Pero los productores no suelen saber cuál es el material dramático que hace falta para una película, porque no son guionistas. Para detectar si una novela sirve o no para las artes de la representación, hay que trabajar un poquito en ella. Yo suelo hacerme una escaleta de la novela antes de aceptar un encargo de adaptación, porque me he encontrado con situaciones infernales.

D.M: ¿Puedes hablarme de algún caso en concreto?

A.G.S: Lo maravilloso de ser novelista es que en las novelas no es imprescindible el esquema dramático este de un protagonista, un deseo o necesidad muy fuerte, unos obstáculos que salvar. Y lo complicado de ser adaptador es que hacer encajar en él las novelas sin violentarlas demasiado ni inventar nada es harto complicado. No todas las novelas tienen conflicto, y algunas que sí lo tienen, lo pueden plantear, pero no tienen obligación de perseguirlo hasta el final, ni contar todos los pasos. Eso es lo que nos ocurría a Macías y a mí con Antigua vida mía. La novela de la chilena Marcela Serrano narra la amistad de dos mujeres maduras desde que se conocen en la infancia. Hay un detonante para esta ristra de recuerdos, que es un crimen: una de las amigas mata a su marido en defensa propia tras diversos episodios de malos tratos. Pero en la novela, del relato detallado del día del crimen, se pasa a una visita en la cárcel de una amiga a la otra y ya directamente a la salida de la cárcel de la amiga homicida. Falta todo el desarrollo que en una película sería el meollo de la cuestión. Para hacer la adaptación al cine, Alberto Macías y yo optamos por el crimen y los malos tratos como eje de la historia. Aquello era representable (una mujer tiene que descubrir el pasado de su amiga para sacarla de la cárcel, pero la amiga no quiere colaborar: una heroína, un deseo, un obstáculo) y nos iba a permitir elaborar una historia de amistad entre mujeres, aunque no toda la historia de la amistad entre estas dos mujeres. En hora y media no cabía. El problema estribaba en que había muchos vacíos, faltaban muchos pasos que la novelista no había tenido la necesidad de contar en su novela que es, como digo, un relato desordenado de las vidas de estas dos personas e incluso de sus madres y abuelas. Tuvimos que remendar esos agujeros sirviéndonos a veces de algo tan pequeño como una frase de la novela para construir una escena entera. Porque la novelista puede saltar de una cosa a otra y decir “se conocieron y desde el primer día fueron íntimas, pasaron la noche charlando.” Pero en el cine tienes que inventar de qué hablaban, verlas y construir los diálogos, y esto puede ser complicado. En el cine saltar de una cosa a otra no es posible, porque el espectador se preguntará “pero esto ¿de qué va?¿Va de la amistad entre ellas? ¿va de un crimen? ¿va de las abuelas de las protagonistas?…” Todas las escenas de una película deben tratar de la historia que nos ocupe, sólo de eso y nada más que de eso. En el cine no se puede divagar, sin que esto sea dicho en ningún modo peyorativamente.

D.M: En una de las novelas que yo adapté, te encontrabas constantemente con párrafos del tipo “Y fulanito le dijo a menganito unas cosas que le dejaron patidifuso”. Ya, pero, ¡¿qué cosas?! Por supuesto, tuvimos que inventarlas, y no resultó nada fácil.

A.G.S: Esta de Marcela Serrano es la adaptación más difícil que he hecho. Y la mejor, la más sencilla, la de La conquista del aire de Belén Gopegui, una novela tan bien armada por dentro que el conflicto y todos los obstáculos dramáticos estaban servidos.