viernes, 25 de enero de 2008

martes, 22 de enero de 2008

Bloggers

Carlos Clavijo, escritor, guionista, cómico, y primer director de Noche sin tregua, también tiene un blog.

jueves, 17 de enero de 2008

Foto


José Luis (¡gracias!) me ha enviado esta foto de Le Manoir... a la venta en la sección de cultura de un supermercado. Francia sigue siendo otra cosa. Y encima, al lado de un Blueberry...

miércoles, 16 de enero de 2008

Más finales


Noche Sin Tregua, el programa que dirijo en Paramount Comedy, dejará de grabarse el mes que viene para ser sustituido por otro “late night” que probablemente empezaremos a grabar en Marzo o Abril. No ha sido una decisión fácil de tomar, pero lo cierto es que los programas de producción propia de Paramount se crearon con la intención de buscar y formar nuevos talentos y, al igual que ya pasó con Joaquín Reyes y el resto de los "chanantes", desde hace unos meses Dani se ha convertido en un rostro habitual de las televisiones generalistas (es presentador en Sé lo que hicisteis, actor en la serie La familia mata, etc.). Si Paramount fue su escuela televisiva, digamos que ya se ha “graduado”, y además con matrícula de honor. Así que ha llegado el momento de darle una oportunidad a otro cómico. Lo que no quiere decir que Dani no siga haciendo cosas con Paramount. De hecho, en estos momentos estamos hablando con él sobre una serie de programas especiales de los que pronto espero poder contaros más cosas.
De todas maneras, yo creo que a todo el equipo nos da bastante pena que NST se acabe. Nos gusta lo que hacemos y aunque llevamos casi 350 programas producidos, en mayor o menor medida nos sentimos orgullosos de todos. Quizá porque, pese a las lógicas limitaciones presupuestarias que conlleva trabajar en un canal pequeño (en cuanto a espectáculo nunca podríamos competir con ninguno de los otros "late nights") siempre hemos tenido total libertad para hacer lo que nos ha apetecido. Aún así, es cierto que después de tantos años, también nos puede venir bien un cambio. Por mucho que te guste algo, lo mejor para seguir manteniendo el interés por tu trabajo y evitar caer en la rutina es tener la oportunidad de reinventarte de tanto en tanto. Y afortunadamente, vamos a poder hacerlo.

La casa de los susurros


Parece que muy pronto se publicará en España el primer álbum de La manoir des murmures, la serie que escribo para la editorial francesa Les Humanoides Associes (Santiago, gracias por el enlace).

Actualización: Acabo de hablar con Tirso, y de momento parece que no hay nada cerrado. Así que por ahora, en vez de noticia, considerémoslo un rumor.

lunes, 14 de enero de 2008

Tres que se van


El año empieza raro, con muchas despedidas. Cierran (o prometen actualizaciones muy de vez en cuando) tres de los blogs que más me gustan: Interneteo y Aparatuquis, de Mauro Entrialgo, Pianista en un burdel y Con C de arte de Pepo Pérez. Una pena. Internet será mucho más aburrido sin ellos.

sábado, 12 de enero de 2008

Mi gato Bilbo



El 28/07/2004, mi amigo (y coguionista) Antonio Trashorras, escribió en su blog “Un toque de azufre”:

“¡David ha adoptado un gato! Se lo encontró maltrecho en los soportales de su urbanización y decidió llevárselo a casa. El animal está viejito pero sano y parece muy civilizado. Debió perderse o haber sido abandonado ya que se mueve por el apartamento como quien ha vivido siempre en plan casero. David le ha puesto Bilbo, en un arrebato de lucidez freak. Da ternura, ¿eh?
De momento el ancianito no me da apenas alergia cuando lo tengo cerca. Menos mal…”

Bilbo murió ayer en el Hospital Clínico Veterinario de la Universidad Complutense de Madrid, donde, tras ser ingresado hace solo tres días, se le diagnosticó un linfoma incurable.

Mi pareja y yo encontramos a Bilbo en el patio de mi casa. Dado que tenía varios dientes rotos, sospechamos que pudo haberse caído de algún balcón, y que luego debió vagar por ahí, perdido, hasta que acabó decidiendo pasar las noches en una de las macetas de nuestro patio. Como le llamabas y venía, y se dejaba acariciar, rápidamente nos dimos cuenta de que era un gato casero y no un gato callejero.
Le llamamos Bilbo, porque, al igual que el hobbit vejete de El señor de los anillos, cuando llegó a nuestro patio ya había vivido todas las aventuras que tenía que vivir (nada menos que escaparse de casa y vivir solo durante vete a saber cuánto tiempo), estaba mayor y algo tocado de salud (con problemas de hígado y de riñón, de los que pronto se recuperó casi totalmente) y lo que le hacía falta era que le cuidaran, descansar y pegarse la buena vida hasta que le llegara su hora.

En realidad, cuando cogí a Bilbo en mi patio, no fue para quedármelo, sino para devolvérselo a sus dueños. Pensé que lo mismo tenía bajo la piel un chip con sus datos, pero, como cuando le llevé a la clínica veterinaria que tengo enfrente de casa para comprobarlo, resultó que no era así, yo, que nunca quise tener animales, no pude dejarlo abandonado otra vez y decidí subirlo a casa.

Y ha sido una decisión de la que no me he arrepentido en ningún momento. Ni siquiera cuando se ponía a dar golpes en las puertas de los armarios a las cinco de la mañana para que nos despertáramos.
Ni siquiera ahora.

Los gatos y los perros son “máquinas de querer”, fuentes continuas de afecto que a cambio piden muy poco: comida, agua y algunas caricias. Yo ahora creo sinceramente, que la vida es mejor con ellos (¡quién me lo iba a decir a mí!). Especialmente cuando las cosas van mal, algo tan tonto como tener sentado en el regazo a una bola de pelo ronroneante, puede ayudarte a verlo todo con algo más de optimismo.

Pero no es eso de lo que quería hablar.
Porque supongo que todo aquel que haya tenido una mascota puede hacerse una idea de cómo me siento en estos momentos. Además, siempre he sido muy pudoroso para hablar de mis sentimientos. Y más en un espacio público como este.
No, de lo que quería hablar es de otra cosa.
No sólo escribo desde la tristeza, sino desde el cabreo.
Bilbo comenzó a enfermar hace siete meses, en Junio. Vomitaba prácticamente todos los días.
En seguida, le llevé a ver a su veterinaria. Como nada de lo que me decía que hiciera parecía funcionar, le llevé también a ver a otros veterinarios (alguno, especializado en gatos) para tener una segunda opinión, pero tampoco supieron explicarme qué le pasaba. “Se habrá tragado algo”, “será el hígado”, “es que está mayor..”, me decían. Increíblemente, ni a uno sólo de ellos se le pasó por la cabeza que la continua pérdida de peso (desde hace un par de meses, más del 50% de su peso total) y los vómitos que no paraban tuvieran que ver con un proceso tumoral.
Lo peor es que de todas maneras, aunque hubieran sospechado algo, la mayor parte ni siquiera disponían del equipo necesario para realizar un diagnóstico correcto.
Por supuesto, con esto no quiero decir que en general los veterinarios sean unos incompetentes. Estoy convencido de que tiene que haber de todo. Pero de lo que sí estoy ahora seguro es que por una u otra razón muy pocos de ellos están preparados para tratar problemas médicos de cierta complejidad o de difícil diagnóstico.
Por fin, hace una semana, una veterinaria muy joven, que estaba sustituyendo durante las vacaciones de Navidad a la que trataba normalmente a Bilbo, fue la que dio la voz de alarma y quien me dijo que tenía que llevarlo inmediatamente al Hospital Clínico Veterinario, dónde sí que podían realizar las pruebas necesarias para averiguar exactamente lo que estaba ocurriendo.
Pero fue demasiado tarde.
Y sí, Bilbo era mayor (aunque nunca llegamos a saber realmente su edad, once años, quizá doce o trece), pero son muchos los gatos que hoy en día llegan a vivir hasta los quince años, incluso más. Con un tratamiento correcto aplicado en el momento adecuado, esto no tenía porque haber ocurrido.
Así que, si vivís en Madrid y vuestra mascota enferma sin que ninguno de los tratamientos que le aplica su veterinario lleguen a funcionar, os recomiendo que os vayáis corriendo al Hospital Clínico Veterinario de la Universidad Complutense de Madrid, donde además de recibir un buen trato, trabaja gente que sabe realmente de lo que habla y que además dispone del equipamiento necesario como para asegurarse de si están tomando o no la decisión correcta. No resulta barato (tampoco lo son las clínicas), y a lo mejor el primer día, como me ocurrió a mí, tenéis que esperar dos o tres horas hasta que os atiendan, pero si de verdad os importa vuestra mascota, merece la pena darse un paseo hasta la Ciudad Universitaria.

Termino con unas páginas de Jiro Taniguchi, de la historieta Tener un perro, incluída en el álbum Tierra de Sueños. Probablemente el mejor trabajo de ficción que he leído sobre lo que significa tener una mascota, quererla y perderla:



miércoles, 9 de enero de 2008

Noche sin tregua, el bar

En Valencia han abierto un bar que no sólo se llama como el programa que dirijo en Paramount Comedy, sino que además... ¡tiene prácticamente el mismo logotipo! Toma ya... (David, gracias por el enlace).

Flickr Bustos


Gracias a Con C de arte, acabo de enterarme de que Luis Bustos tiene una página de flickr. Este es el enlace.

viernes, 4 de enero de 2008

Pensando en voz alta (2)

Creo que hace unos meses escribí aquí una entrada comentando que uno de los problemas más habituales con los que sueles encontrarte al escribir guiones es que a menudo, pese a que tú crees que no es así, el objetivo del protagonista (lo que busca o intenta evitar) no está tan claro como debería. Cómo dice David Mamet, si un espectador no puede responder rápidamente las preguntas qué, porqué, para qué y cómo en relación a ese objetivo, es probable que no se interese por lo que estás contando y se aburra con la película. Y pensé bastante en ello viendo La brújula dorada, otro relato épico fantástico con niña “especial” encargada de una misión que la sobrepasa (construida a partir de la versión más arquetípica de la estructura del viaje del héroe), que pese a haber sido estrenado con una gran campaña de publicidad, no ha funcionado nada bien en taquilla. Cosa con la que puede que haya tenido que ver bastante la vaguedad con la que está expuesto el objetivo de la protagonista y lo incomprensible que resulta. Si no has leído los libros de Philip Pullman en los que se basa, la impresión que te queda es que la protagonista tiene que llevar una brújula mágica (que parece una mezcla entre una bola de cristal y un GPS) al confín del mundo, sin que nunca quede claro porqué es tan importante el aparatejo, ni porqué es ella la “elegida” encargada de llevar a cabo la misión. Esa misma indefinición afecta a la descripción de los “malos”, de los que uno sólo sabe que visten de colores oscuros y no parecen muy dispuestos a ayudar al pariente explorador de la chica con uno de sus viajes en busca de algo que parece una puerta dimensional que lleva a otros mundos. En ese sentido, la primera parte de la trilogía de El señor de los anillos, la película con la que la productora New Line ha comparado La brújula dorada en la campaña promocional, era ejemplar: Frodo tiene que transportar el anillo de poder (que, como se explica en el prólogo, permite que te lleves por delante a ejércitos enteros sin hacer el menor esfuerzo) al quinto pino, o sea, Mordor, porque es el único lugar donde éste puede ser destruido. Y como no lo haga, ganarán los malos, que están comenzando a (literalmente) construir un ejército con el que planean conquistar toda la Tierra Media. A partir de ahí, el espectador puede perderse en la historia, porque lo básico, las cuatro reglas que tienen que estar claras para que nadie se pierda, ha quedado bien establecido. Obviamente, no todas las películas requieren esa claridad –muchas veces lo que puede convenir es precisamente lo contrario, ser misterioso, ocultar en vez de enseñar-, pero cuando se escribe cine épico con vocación comercial qué menos que intentar que la trama se entienda a un nivel básico, ¿no? Claro que vete a saber si el problema en este caso es el guión, escrito por el director, Chris Weitz (que por cierto tiene una película que a mi me gusta mucho, About a boy, basada en una novela de Nick Hornby), o de un montaje más preocupado de pasar rápidamente de un escenario espectacular a otro que de contar bien la historia. Porque por Ej.… ¿a quién se le habrá ocurrido escaquear el clímax de la novela, ya rodado, para dejarlo como escena de inicio de la segunda película? Supongo que la intención era terminar la película en tono bajo a lo La comunidad del anillo, pero el efecto que se consigue es justo el contrario al que se busca, indiferencia en vez de emoción, y eso pese a la voz en off de la protagonista enumerando todas y cada una de las cosas que todavía le quedan por hacer. De nuevo, si no sabemos para qué va a servir todo eso… ¿a quién le importa? Ya veréis, acabarán incluyendo el verdadero final en un futuro director´s cut en DVD.

martes, 1 de enero de 2008

Gente buena

En estos días, aunque sea un tópico y hasta incluso dé un poco de vergüencilla reconocerlo (sobre todo si, como yo, ni siquiera eres creyente), supongo que es inevitable acordarse más que de costumbre de los amigos que ya no están entre nosotros. Y el domingo pasado, mientras leía en El País Semanal el artículo de Javier Marías cuyo comienzo he pegado a continuación, me pareció que podría estar hablando de Igor Medio, un buen amigo que falleció en junio del 2006 en un accidente de circulación.
Ya sé que esto no tiene nada que ver ni con escribir guiones, ni con el cine ni con los cómics ni con ninguno de los temas que normalmente abordo en este blog, pero por una vez... me vais a perdonar el “off topic”:

Las personas ligeras

En la entrevista que Juan Cruz le hacía a Miguel Delibes hace unas semanas en estas páginas, aquél le recordaba unas palabras escritas por éste acerca de su mujer, Ángeles, muerta hace ya muchos años: “Entonces dije esa gran verdad de que, con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre del vivir. ¿Puede decirse de alguien algo más hermoso?” Y Delibes contestaba: “Esa bella frase sobre mi mujer no es mía. Es de Julián Marías, que la dijo por primera vez en mi recepción en la Real Academia. Me dejó con un nudo en la garganta pensando: Exactamente eso era ella”. Yo vi de niño alguna vez a la mujer de Delibes, Ángeles, y aunque sólo guardo un recuerdo leve y difuminado de ella, esas palabras de mi padre, asumidas luego por el viudo aún joven, suenan plausibles en mi brumosa memoria. Una mujer sonriente, atractiva, pausada, con un aspecto juvenil. Una imagen sumamente agradable y, en efecto, dotada de ligereza en el mejor sentido del término.

He conocido a unas cuantas personas así a lo largo de mi vida. No muchas, claro. Si abundaran, el mundo sería bastante más grato de lo que suele serlo. Entre ellas, quizá más mujeres que hombres. O sin duda. Según contaba Vicente Aleixandre, su amigo García Lorca era así: alguien que, nada más aparecer en cualquier sitio, lo animaba e iluminaba con su simpatía y sus bromas afectuosas; que se interesaba por el que estaba mohíno y acababa arrancándole una sonrisa o haciéndole ver su panorama, durante un rato, menos negro de lo que lo tenía. De manera muy distinta, supongo, es así Fernando Savater, quien en más de una ocasión ha hablado de la “obligación de la alegría”, incluso en momentos de su vida en los que, visto desde fuera, parecía imposibilitado para cumplir con ella. Pero la mayoría de las personas con capacidad para aligerar cualquier pesadumbre que se han cruzado en mi camino no eran famosas, en modo alguno. No salían en la prensa ni en las televisiones, quizá porque carecían de ambición y no tenían el colmillo ni mínimamente retorcido, y en este país casi siempre hace falta retorcérselo un poco de vez en cuando, sólo sea para defenderse, o va uno listo. Tampoco poseían esa alegría empalagosa, postiza, a menudo estomagante, que derrochan los presentadores y presentadoras de televisión (¿han observado que éstas hablan sonriendo permanentemente –como si tuvieran un cepillo entre los dientes–, algo en verdad difícil de hacer a menos que se aprenda la técnica y se esté fingiendo?) o algunos actores y cantantes. Y, sobre todo, tenían ciertas dosis de ingenuidad verdadera, algo hoy tan mal visto o poco apreciado. Lo que luce más es estar de vuelta de todo, mostrarse incrédulo, pensar mal de los demás y por supuesto practicar la maledicencia.

Y sin embargo hay personas –en España es una proeza encontrarlas– que con su sola presencia obran un efecto benéfico en quienes las rodean.

Para leer el artículo completo, aquí.