viernes, 4 de enero de 2008

Pensando en voz alta (2)

Creo que hace unos meses escribí aquí una entrada comentando que uno de los problemas más habituales con los que sueles encontrarte al escribir guiones es que a menudo, pese a que tú crees que no es así, el objetivo del protagonista (lo que busca o intenta evitar) no está tan claro como debería. Cómo dice David Mamet, si un espectador no puede responder rápidamente las preguntas qué, porqué, para qué y cómo en relación a ese objetivo, es probable que no se interese por lo que estás contando y se aburra con la película. Y pensé bastante en ello viendo La brújula dorada, otro relato épico fantástico con niña “especial” encargada de una misión que la sobrepasa (construida a partir de la versión más arquetípica de la estructura del viaje del héroe), que pese a haber sido estrenado con una gran campaña de publicidad, no ha funcionado nada bien en taquilla. Cosa con la que puede que haya tenido que ver bastante la vaguedad con la que está expuesto el objetivo de la protagonista y lo incomprensible que resulta. Si no has leído los libros de Philip Pullman en los que se basa, la impresión que te queda es que la protagonista tiene que llevar una brújula mágica (que parece una mezcla entre una bola de cristal y un GPS) al confín del mundo, sin que nunca quede claro porqué es tan importante el aparatejo, ni porqué es ella la “elegida” encargada de llevar a cabo la misión. Esa misma indefinición afecta a la descripción de los “malos”, de los que uno sólo sabe que visten de colores oscuros y no parecen muy dispuestos a ayudar al pariente explorador de la chica con uno de sus viajes en busca de algo que parece una puerta dimensional que lleva a otros mundos. En ese sentido, la primera parte de la trilogía de El señor de los anillos, la película con la que la productora New Line ha comparado La brújula dorada en la campaña promocional, era ejemplar: Frodo tiene que transportar el anillo de poder (que, como se explica en el prólogo, permite que te lleves por delante a ejércitos enteros sin hacer el menor esfuerzo) al quinto pino, o sea, Mordor, porque es el único lugar donde éste puede ser destruido. Y como no lo haga, ganarán los malos, que están comenzando a (literalmente) construir un ejército con el que planean conquistar toda la Tierra Media. A partir de ahí, el espectador puede perderse en la historia, porque lo básico, las cuatro reglas que tienen que estar claras para que nadie se pierda, ha quedado bien establecido. Obviamente, no todas las películas requieren esa claridad –muchas veces lo que puede convenir es precisamente lo contrario, ser misterioso, ocultar en vez de enseñar-, pero cuando se escribe cine épico con vocación comercial qué menos que intentar que la trama se entienda a un nivel básico, ¿no? Claro que vete a saber si el problema en este caso es el guión, escrito por el director, Chris Weitz (que por cierto tiene una película que a mi me gusta mucho, About a boy, basada en una novela de Nick Hornby), o de un montaje más preocupado de pasar rápidamente de un escenario espectacular a otro que de contar bien la historia. Porque por Ej.… ¿a quién se le habrá ocurrido escaquear el clímax de la novela, ya rodado, para dejarlo como escena de inicio de la segunda película? Supongo que la intención era terminar la película en tono bajo a lo La comunidad del anillo, pero el efecto que se consigue es justo el contrario al que se busca, indiferencia en vez de emoción, y eso pese a la voz en off de la protagonista enumerando todas y cada una de las cosas que todavía le quedan por hacer. De nuevo, si no sabemos para qué va a servir todo eso… ¿a quién le importa? Ya veréis, acabarán incluyendo el verdadero final en un futuro director´s cut en DVD.