jueves, 29 de marzo de 2007

Heavy Metal







Como he disfrutado leyendo este libro.
En Fargo Rock City, el periodista Chuck Klosterman habla de su adolescencia en un pueblecito de Dakota del Norte durante los años 80, pero sobre todo habla de la música que le apasionaba en aquella época: el “hair metal” que practicaban –y en algún caso todavía lo hacen- grupos como Poison, Mötley Crüe, Skid Row, Ratt, Guns n’ Roses, Def Leppard o Kiss (mítica la portada con la vaca maquillada de Gene Simmons). Klosterman se las arregla para ser divertido a la vez que riguroso y, entre otras muchas cosas, explica muy bien cómo todas aquellas bandas pasaron de vender millones de discos a prácticamente desaparecer tras la llegada del grunge, o porque un chaval de pueblo, homófobo, racista y acomplejado como Axl Rose acabó grabando uno de los (según él, yo no lo tengo tan claro) mejores discos de la historia del rock, Appetite for Destruction.
La lástima es que no tenga más páginas.
Ah, como veis, en la portada hay una cita de Stephen King diciendo que “si amas el rock and roll” te encantará este libro, pero yo no estoy tan seguro. Me da la impresión de que más que el rock and roll, así, en general, lo que hay que haber amado es el heavy ochentero. Por ejemplo, a menudo Klosterman da por supuestos datos que sus lectores sólo pueden conocer si (como yo) alguna vez han llevado pantalones elásticos, o pasa olímpicamente de dedicarle más de un par de líneas a los grupos que no le gustaban de chaval, por muy populares que fueran entonces. Si no sabes ya de quién está hablando cuando menciona a Twisted Sister, Steve Vai o Dio, no sólo no vas a enterarte leyendo Fargo Rock City sino que es probable que no entiendas a cuento de qué viene tanta sorna cada vez que aparecen. Pero, como él mismo explicó en el programa de radio de Dee Snider (el cantante de los Sister, que se quejaba de que apenas los mencionaba): "Este libro no es sobre la historia del heavy metal. Es sobre mi relación con ésta música. Y yo no escuchaba a Twisted Sister (...)".
De momento, Fargo Rock City no ha sido editado en castellano, pero sí que lo está otro de sus libros: Pégate un tiro para sobrevivir (Mondadori), en el que cuenta un viaje suyo por Estados Unidos buscando los lugares donde murieron músicos famosos. Me parece algo más flojo que este, pero aún así también merece la pena.

James Cameron va a salvar a la industria del cine

Una conversación con un amigo guionista:

A: Lo de la música está claro. Diga lo que diga la SGAE, la música no se va a “morir”. Aunque no se vendan discos, los músicos podrán vivir de las actuaciones en directo.

B: En realidad, es lo que llevan haciendo la mayoría toda la vida. El porcentaje que se llevan los músicos de la venta de un CD es una mierda.

A: Hombre, si eres Madonna, por poco que te lleves, si vendes tu CD en todo el mundo, esa “mierda” acaba siendo una pasta.

B: Eso es verdad. Pero tal y como están las cosas, dentro de nada la venta de CD no le va a servir a nadie para vivir de la música. Ni siquiera a Madonna. Por eso las compañías de discos están hablando de empezar –si es que algunas no lo están haciendo ya- a llevarse parte de los beneficios de las giras. Y tiene cierto sentido. Si los conciertos de los grupos se llenan es porque antes las discográficas les han hecho populares. De ahí a que los CD se descarguen gratis de Internet hay solo un paso. Porque claro, cuanta más gente se los baje y los conozca, más posibilidades hay de que la gira posterior sea un éxito.

A: ¿Pero con el cine qué pasa? Si la gente no paga por ver las películas en el cine y no se compra los DVD, no va a haber Dios quién las financie.

(en este momento nos enredamos hablando de cómo se financian las películas en España, especialmente sobre el excesivo poder de las televisiones, que al final son quienes deciden qué se rueda o no en este país; pero ese tema casi lo dejo para otra entrada)

B: La verdad es que no tengo ni idea de lo que va a pasar. Aunque no sé… a lo mejor la solución la tiene James Cameron.

A: ¿Por qué?

B: Para que la gente vaya al cine, el cine tiene que ofrecer una experiencia que no pueda reproducirse en casa por la cara.

A: Como que es lo mismo ver una peli en casa por muy grande que sea tu tele a verla en un buen cine…

B: Eso es lo que pensamos tú y yo, pero a la mayoría de la gente le da lo mismo. ¡Joder, si vamos a acabar viendo películas en las pantallas de los móviles! Bueno, la cuestión es que James Cameron va a rodar su próxima película, Avatar, en 3D. Y dice que ese va a ser el cine de la segunda mitad del siglo XXI.

A: ¡¿3D?! ¿Con las gafas? ¿Pero eso ya se hizo en los años 70, no? Y se veía como el culo.

B: Sí, pero parece que la tecnología 3D ha avanzado mucho y que lo que puede hacerse ahora está a años luz de aquello.

A: Pues a ver si es verdad. Aunque seguro que a los cinco o seis años Sony saca un aparato para ver las películas en 3D en casa. Y vuelta a empezar.

B: Ya te digo.

miércoles, 28 de marzo de 2007

Otra opinión

Me escribe David Bravo, abogado y colaborador de NST, para comentar el mensaje de Jorge Iglesias que colgué aquí hace unos días (además, os recomiendo que visitéis la página de David para leer su opinión sobre el artículo de Arcadi Espada del que se hablaba en los comentarios a dicho mensaje):

Creo que el debate está mal enfocado. La realidad es que las descargas de Internet existen y que las realizan millones de personas en todo el mundo. La realidad es, también, que dentro de muy poco tiempo (y cuando digo poco, quiero decir meses) saldrán programas que harán absolutamente imposible lo que hoy ya es muy difícil: perseguir y frenar la descarga masiva de obras intelectuales a través de Internet. Ese es el panorama actual y todos los debates que giren en torno a que está muy mal o que está muy bien no cambiarán ese hecho. La persecución legal de los usuarios, independientemente de lo deleznable que nos pueda parecer a muchos o de lo justa que sea para otros, es, y sobre eso parece que todas las partes están de acuerdo, ineficaz.

Ante esa situación sólo cabe la aceptación del momento tecnológico en el que vivimos, del uso que los ciudadanos hacen de esa tecnología y de la necesaria adaptación de la industria a esa nueva realidad que les ha tocado vivir.

Esa adaptación es tan necesaria como lo fue para los que trasportaban el hielo en vigas cuando apareció el frigorífico, como lo fue la de los conductores de coches de caballos cuando apareció el coche de motor o como lo fue la de los trabajadores de los telares manuales cuando se inventaron los telares mecánicos. La molestia y desconcierto de todos ellos ante los nuevos avances tecnológicos es tan comprensible como inútil.

La propia industria del disco nace asesinando trabajos. Antes de ella, solo podía accederse a la música oyéndola en vivo. Tan importante era este tipo de comunicación pública que en su momento era el núcleo fundamental de las leyes de Propiedad Intelectual. Nuestra ley de 10 de Enero de 1879 le dedicaba una sección de siete artículos a las obras dramáticas y musicales y el Reglamento de 3 de septiembre de 1880, que la desarrollaba, dedicaba uno de los dos títulos que lo componían a los teatros y a las obras dramático musicales.
Ese núcleo fundamental de la propiedad intelectual que era la comunicación pública en vivo, cambió cuando se popularizó el gramófono que llevaba la música de los teatros a los hogares. Probablemente, los dueños de un negocio montado sobre la base ayer firme del directo, vieron en esta industria incipiente algo muy parecido a un pirata que ponía en la calle a miles de trabajadores honrados que se dedicaban a organizar espectáculos y que ahora quedaban relegados a un segundo plano. Los negocios y los pilares mismos de la propiedad intelectual tuvieron que cambiarse por completo y adaptarse a la nueva realidad que supuso el nacimiento y consolidación de la industria discográfica.
La industria discográfica y cinematográfica lleva décadas oponiéndose a los nuevos avances tecnológicos que la obligan a cambiar su modelo de negocio tal y como ellos habían hecho con el modelo de negocio de los dueños de los teatros. El “monstruo de Internet” ha tenido muchas caras a lo largo de la historia y, para algunos, la primera de todas ellas fue la de la misma industria discográfica.
Ese monstruo ya estuvo encarnado en 1908 por un nuevo invento que consistía en un sistema de cartuchos perforados que mediante un determinado dispositivo tocaba música automáticamente. La editora musical White—Smith demandó a Apollo Co, responsable de esta nueva amenaza que acabaría con la música y que, en aquel momento, rompía las reglas del juego.
Poco después, en los años 20, los intérpretes de vaudeville iniciaron acciones legales contra Marconi por inventar otro monstruo: la radio.
En la década siguiente, los 30, se inventó la radio FM. Las discográficas, que habían hecho todo tipo de inversiones en la AM, iniciaron fortísimas medidas de presión que terminaron con Amstrong, inventor de la radio FM, saltando desde el piso trece de un edificio. Pese a todo, la radio FM siguió finalmente su camino dominando las ondas.
En la década de los 40 el nuevo enemigo se llamó “televisión” y los estudios de cine la trataban con el mismo temor y menosprecio con el que hoy se refieren a Internet. Seguramente la discusión sobre si se valoraría el cine al poder verlo gratis desde el sofá de tu casa, ya empezó en esos años.
A finales de los 50 las editoriales cargaron contra las primeras fotocopiadoras que permitían copias masivas de sus productos.
Cuando en los años 70 comenzó a generalizarse la práctica de la copia de casetes, la industria hizo todo lo posible por frenar tan peligrosa costumbre. A los que hoy seguimos de cerca la persecución de las copias hechas desde Internet, la campaña que se hizo para frenar a las de casete nos resulta familiar. En ella se incluían dos tibias cruzadas y un sucinto mensaje: “Las grabaciones caseras están matando la música”.
En los 80, la industria del cine se opuso judicialmente a la aparición del vídeo casero alegando que estrangularía, en palabras del presidente de la MPAA, a toda la industria. El abogado de una multinacional dijo al Tribunal Supremo que los vídeos “constituían una industria de mil millones de dólares basada en la apropiación de la propiedad de otra persona”. Sony, inventor de ese nuevo monstruo, ganó en el Supremo y el vídeo casero siguió su camino. El mismo camino en el que Sony, ahora muy introducida en el negocio de los contenidos, se interpone cuando se habla de Internet. Hoy en día la venta de cintas y de DVD es el negocio más rentable de la industria cinematográfica, suponiendo el 63% de sus ingresos.
Echando la vista atrás, parece absurdo que alguien pudiera oponerse a inventos que, hoy en día, son de uso absolutamente cotidiano, como, muy probablemente, se verá dentro de una década la actual batalla por las descargas de la Red.
Hay otro denominador común: en todos los casos descritos la industria no tuvo otro remedio que adaptarse a los nuevos tiempos. Eso mismo debe hacer ahora si quiere sobrevivir.
Ya se están dando pasos en ese sentido. La industria sabe bien que la única forma de ganar la batalla es, precisamente, no batallando e intentando subirse al carro. Teddy Bautista, que no es precisamente sospechoso de estar muy de acuerdo con mis tesis, ha dicho que “contra la piratería en la Red es imposible luchar, ya que se extiende como una mancha de aceite y lo que debemos hacer es tratar de adaptar la industria discográfica a esa realidad”.

No se trata de que se trabaje gratis, sino que ahora ese trabajo se habrá de ver remunerado, forzosamente, de otra manera y por otras vías que no pueden ser ya las mismas que hace años. No es que se exija un cambio de modelo de negocio, como algunos han creído, sino que simplemente se señala que o se hace o, lamentablemente, muchos se quedarán en el camino. Que ya no estamos en los años 80, no lo decimos nosotros, lo dice el calendario.
Cierto es, como bien dice Jorge Iglesias, que para que exista un modelo de negocio es necesario que exista gente que pague. Pero ese pago puede hacerse de diversas maneras y no tiene por qué ser por el acceso directo al contenido. Si se invirtiera el mismo dinero y tiempo en buscar y aplicar vías alternativas de remuneración en lugar de intentar parar el agua que atraviesa una canasta de baloncesto, se avanzaría más. Schlachter, en su libro The Intellectual Property Renaissance in Cyberspace. Why Copyright Law Could Be Unimportant on the Internet, señaló hasta nueve vías distintas de remuneración de artistas, autores y productores. Estas vías, algunas sólo aplicables al software, no son la venta directa del producto, sino vías indirectas como “la publicidad, la esponsorización, las ventas a prueba, la venta de actualizaciones, la venta de tecnología complementaria que haga posible el disfrute de las obras, la venta de objetos físicos relacionados con las obras, la prestación de servicios técnicos de reparación y apoyo, la compra y venta de información sobre las preferencias de los consumidores y la formación de grupos consumidores potenciales con una fuerte identidad”.
William Fisher, profesor de Harvard, plantea otro modo de remuneración para las descargas. Tal y como lo enuncia Lawrence Lessing en Free Culture: “Fisher sugiere una forma muy ingeniosa para esquivar el callejón sin salida en el que halla Internet. De acuerdo con su plan, todos los contenidos susceptibles de transmitirse digitalmente serían (1) marcados con una huella digital (no importa lo fácil que es evitar estas marcas; ya veremos que no hay incentivos para hacerlo). Una vez que los contenidos han sido marcados, los empresarios desarrollarán (2) sistemas que controlen cuántos ejemplares de cada contenido se distribuyeron. A partir de estos números, (3) después se compensará a los artistas. La compensación sería pagada por un (4) impuesto al efecto [...] La propuesta de Fisher es muy similar a la propuesta de Richard Stallman para DAT. A diferencia de la de Fisher, la propuesta de Stallman es pagar a los artistas de un modo directamente proporcional, aunque los artistas más populares recibirían más que los menos populares. Como es típico en Stallman, su propuesta se adelanta al debate actual en algo así como una década”.
Según el libro El Derecho de Autor en Internet, Warner Bros mantuvo un sitio web desde el que se podía acceder gratuitamente a obras en formato DVD dejando la posibilidad de pagar una suscripción a cambio de recibir servicios de valor añadido como entrevistas o imágenes del rodaje. El acceso gratuito se presenta así no solo como compatible con el acceso de pago, sino incluso como su promotor.
El cambio de modelo se está iniciando de manera tímida. A finales de 2005, el sello discográfico Faktoría D empezó a distribuir discos en Madrid y Barcelona que no tenían ningún coste para el comprador. La forma de financiarse y conseguir beneficios era que el libreto de los CDs tenía publicidad inserta en sus páginas.
Esta vez no es una discográfica independiente, sino que es Universal Music, la discográfica más grande del mundo, la que en Agosto de este año anunció que pondría a disposición del público todo su catálogo gratis en Internet. Su financiación vendría igualmente por medio de la publicidad. Poco después de esta noticia, EMI anunció que haría lo mismo que Universal y pondría igualmente todo su catálogo gratis en Internet. Hay que tener en cuenta que entre estas dos discográficas se reparten casi la mitad del mercado discográfico de todo el mundo.
La fórmula de Universal y EMI no es novedosa sino que sigue la estrategia de Disney y ABC que, al ver que los episodios de sus series de más éxito se intercambiaban al poco tiempo en Internet, decidieron ponerlas ellos mismos en la Red con interrupciones publicitarias. A la mañana siguiente de su emisión en televisión, los propios titulares de los derechos ponen gratis en Internet series como Perdidos y Mujeres Desesperadas.

Es indiscutible que cada cual puede opinar lo que quiera sobre este asunto. La industria puede pensar que las descargas están mal o que no deberían poder hacerse. Pero si mientras se quejan por algo que ya es inamovible intentan reformar su negocio, tanto mejor para ellos.

martes, 27 de marzo de 2007

Descargas legales

En un comentario, Kano alerta sobre la existencia de esta página (yo al menos es la primera noticia que tengo sobre ella; de momento parece que sólo puede bajarse cine español):

http://www.filmotech.com/egd/

Más sobre los derechos de autor

Una entrevista con el escritor Jonathan Lethem sobre el peliagudo tema de los derechos de autor, que al menos a mi me ha dado bastante que pensar. Para poder leerla antes hay que ver un anuncio, pero merece la pena. El link lo he visto en el siempre interesante blog del dibujante Eddie Campbell (From Hell).

lunes, 19 de marzo de 2007

La otra cara de la moneda

Al mismo tiempo que nuestros gobernantes se dedican a fomentar medidas absurdas para, supuestamente, apoyar a los autores (penalizando siempre al consumidor), no se hace nada realmente útil, pero nada de nada, para que puedan seguir viviendo de su trabajo.
Lo siguiente lo escribió el director Jorge Iglesias en un intercambio de e-mails reciente entre algunos amigos guionistas, y me parece que refleja de forma bastante acertada la situación actual:


Pues sí, la cosa está pero que muy triste. Pero me temo que esto ya es imparable.
Últimamente he mantenido un par de “discusiones” por e-mail en foros varios sin ninguna relación con el audiovisual sobre el tema de derechos de autor y la inmensa mayoría de la peña está convencida de que el “todo gratis” es estupendo y fenomenal. Y que los autores, productores, distribuidores y taquilleros pretendan cobrar por su trabajo es poco menos que una aberración.
Así está el patio, compañeros. El “peterpanismo” y el izquierdismo bienpensante campan por doquier, dictando que “la cultura” es un bien universal por el que “nadie debería pagar”. Como si no pagaran todos los días un pastón a Telefónica por su conexión de banda ancha...
Lo peor de todo es que eso no hay ley que lo arregle. Nuestra única salvación sería que se encontrara un sistema de difusión tecnológicamente impirateable. Vamos, una utopía.
Además, aunque se consiguiera parar el tema de las descargas gratuitas, el daño gordo ya está hecho. Porque el acceso masivo y gratuito a toda forma de cultura popular ha producido una devaluación bestial de todos los productos culturales. Cuando tienes 1000 discos o 1000 pelis gratis en tu disco de ordenador, ninguna tiene demasiado valor. Ninguna te ha costado el más mínimo esfuerzo. Ninguna te ha generado la más mínima ansiedad por tenerla.
Para colmo, como bien dice Carlos, los únicos que se salvan en este panorama son los “grandes nombres”. Aquellos que tienen detrás suyo un aparato mediático y de marketing suficientemente potente como para convertirse en “evento”. Pero la creación independiente cada vez lo tiene más jodido.
Sólo en el campo de la música, que fue el primero en sufrir el puñetazo, han desaparecido en los últimos 3-4 años la mitad de las discográficas madrileñas independientes que yo conozco, la mayoría con 20 años de historia a sus espaldas. Y la media docena de amiguetes músicos que iban tirando con sus ventas de 5.000-10.000 discos al año han dejado también de publicar nuevos discos y se dedican en su mayoría a curros de encargo u otros oficios que nada tienen que ver con la música. Los más valientes y que optaron en su día por la autoproducción y autodistribución han visto como sus trabajos no llegaban a vender ni 500 unidades. Eso sí, en el emule estaban disponibles el mismo día de ser publicados.
Esto es el fin, muchachada...

El canon

Esta es la primera carta que he enviado a un periódico en mi vida. Normalmente me parece que es perder el tiempo. Pero después de leer el artículo que apareció publicado este domingo en El País sobre el tema del canon que van a tener que pagar las bibliotecas, no he podido contenerme:


Me he quedado helado al descubrir que las bibliotecas (o en palabras de la ministra de Cultura “los titulares de esos establecimientos”) se van a ver obligadas en un futuro inmediato a pagar 20 céntimos por cada libro que presten. Me temo que no hay que saber mucho del mundo en el que vivimos para intuir que una medida así no va a ayudar precisamente a que las bibliotecas lleven a cabo su imprescindible labor de difusión de la cultura.
En mi caso, no sé qué habría hecho de niño y adolescente de no existir la biblioteca municipal de Usera. Mis padres me compraban todos los libros y los cómics que podían, pero ninguna familia obrera con tres hijos como era la mía hubiera podido gastarse lo que costaban los dos libros (como mínimo) que yo leía gratis cada semana gracias a qué existía aquella biblioteca. De hecho, no sé si habría acabado dedicándome a mi profesión actual, guionista de cine y televisión, si mi madre no me hubiera acompañado cuando tenía 10 o 11 años a “sacarme” aquel carnet milagroso que te permitía poder llevarte a casa varios libros sin pagar por ellos. Tampoco sé si hubiera leído las novelas de Philip K. Dick, Isaac Asimov, Stephen King, John Wyndham o William Golding, ni los cómics de Hermann o Jean-Claude Mézieres, que tanto significaron para mi entonces y que sin duda alimentaron mi vocación de “contador” de historias.
Ahora, salvo para intentar encontrar algún título descatalogado, ya no visito prácticamente nunca las bibliotecas municipales. Ahora compro los libros. Porque si algo nos caracteriza a los lectores compulsivos es que, cuando podemos permitírnoslo, nos gusta tener los libros, ordenarlos, mirarlos, sentir que nos pertenecen, y no sólo en un sentido metafórico.
Incluso, ay, compro más libros de los que puedo leer.
Pero desde luego, siento una gran tranquilidad al saber que, aunque las cosas me vayan mal, gracias a las bibliotecas podré seguir leyendo.
Espero que la avaricia no ciegue a todos aquellos que han decidido resarcirnos a los autores por la violación de unos derechos que la mayoría de nosotros nunca hemos querido reivindicar, y que comprendan que, entre otras muchas cosas, las bibliotecas son “fábricas” de lectores. Somos muchos los que gracias a ellas nos contagiamos del virus de la lectura. Colaborar con una medida así es tirar piedras contra su propio tejado.
La verdad, me encantaría saber que cualquiera de las películas que he escrito (y por las que ya he cobrado) están disponibles en el servicio de préstamo de una biblioteca, que siguen “vivas” porque alguien las está disfrutando.
Gratis.
Como tiene que ser.

domingo, 18 de marzo de 2007

Localizando



Este es el pueblo en el que transcurrirá la acción del largometraje Intrusos. El director será Juan Carlos Claver, y, si no se tuerce nada, comenzará a rodarse dentro de un par de meses. Los productores me contrataron para reescribir el guión original, y, pese a lo delicados que suelen ser este tipo de encargos, la verdad es que al final ha sido uno de los trabajos que más a gusto he hecho y de los que me siento más satisfecho. En la película hay misterios de origen paranormal, posesiones fantasmales y nazis sanguinarios. Y, a pesar de que tiene un presupuesto minúsculo, con lo que sacar adelante una historia así no resulta precisamente fácil, me da que puede llegar a quedar bastante bien. Desde luego, por falta de ganas de todos los implicados no va a ser.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Escurriendo el bulto

Varios amigos me han dicho que si comenté aquí que de cada guión de Quart sólo han llegado a rodarse a lo mejor un 30 o 40% de escenas tal y como las escribimos originalmente los guionistas, fue para que, si la serie va mal, quedase claro que no ha sido culpa nuestra. O sea, me vinieron a decir (con una sonrisa, eso sí) que estábamos escurriendo el bulto. Y no, no es eso. Es cierto que nosotros no tenemos responsabilidad alguna sobre el resultado final, pero siendo los guionistas sería absurdo pensar que no hemos tenido mucho que ver con lo que se va a emitir. En realidad lo que ocurre es más complicado. Hacer una serie es un trabajo en equipo y en este tipo de procesos a veces no resulta fácil saber porqué se tomó tal o cuál decisión o quien es el responsable de los aciertos o errores de cada episodio. ¡Hay frases que ya me cuesta recordar si escribí yo o no! Además, imaginad que la serie es un éxito (que puede serlo). Seríamos tontos si fuéramos por ahí diciendo que no hemos tenido nada que ver con ella.

Pero una cosa que sí me pasa es que me cuesta "vender" mi trabajo. Soy demasiado pudoroso.

Y de todas maneras, si dijera aquí que Quart va a ser la leche… ¿quién me creería? Encima, es algo que sinceramente no sé si es así o no. Soy de los que piensan que lo importante es disfrutar (o padecer) los procesos, porque el resultado final no es para ti, sino para otros. Que sean entonces ellos quienes lo valoren. Cosa que la mayor parte de las veces en televisión averiguas muy, muy rápido. Demasiado. Si Quart no funciona, después de casi dos años de trabajo, en dos semanas estará casi olvidada. Tremendo.

martes, 13 de marzo de 2007

La novela


Y esta es la primera novela de Martín Piñol. Yo todavía no la he terminado, así que de momento solo puedo decir que es bastante divertida. Pero divertida de una manera… cómo decirlo… entre ingenua y cabrona al mismo tiempo. Como sus monólogos, sólo que con un punto algo más tierno. No en vano él mismo la define como una novela "romántica".

Eso sí, lo que nunca imaginé es que el traje que diseñé para el Super Piñol de NST fuera a acabar en la portada de un libro…

Piñol tiene un blog


Martín Piñol, cómico, guionista y ahora también novelista, tiene un blog. En su segunda entrada recomienda la película Un puente hacia Terabithia. Y me sumo a la recomendación. Probablemente no tiene nada que ver con la película que estáis esperando ver. Porque, afortunadamente, no se parece nada a Las crónicas de Narnia. Si acaso, podría compararse con Stand by Me, The Dangerous Lives of Altar Boys (con la que comparte guionista) o con, como dice Martín, El laberinto del fauno.

Actualización: entrevista con Piñol del periódico Metro.

lunes, 12 de marzo de 2007

Ningún final

"(...) los comienzos de un relato cinematográfico son magníficos siempre, pero acabarlos no es tan fácil, y normalmente nos resultan a todos decepcionantes: hay que explicar las cosas, buscar un sentido. Sería interesante hacer una película compuesta sólo de comienzos y ningún final. (...)".

Lars Von Trier, entrevistado por Vicente Molina Foix en El País Semanal del 11 de marzo.

miércoles, 7 de marzo de 2007

LIBROS



Sí, yo soy de esos que compran más libros de los que pueden leer (de hecho, creo que YA tengo más libros sin leer de los que podría leerme en… ¿diez años?). Una y otra vez me digo que tengo que parar, pero, especialmente en las librerías de segunda mano, pierdo la cabeza y, poseído de un ansioso frenesí consumista, acabo comprando todo lo que me interesa y puedo pagar, incluso cuando sé que existen muy pocas posibilidades de que algún día tenga tiempo para leerlo. La situación empeora si estoy de viaje, porque entonces tengo más excusas para justificar el vicio. Si no compro el libro que estoy hojeando… ¿cuándo voy a hacerlo? ¡Puede que ni siquiera vuelva a pasar por la ciudad de la librería donde lo he encontrado! Disfruto sobre todo “descubriendo” títulos cuya existencia no conocía. Y si además aparecen en un sitio totalmente inesperado, mucho mejor, como me ocurrió hace poco en un viaje a Seattle (fui para asistir a una boda, por si alguno tiene curiosidad). En un pueblo muy pequeño, Port Townsend, encontré una librería magnífica, William James Bookseller, repleta de libros descatalogados o muy difíciles de encontrar, y además por precios que casi nunca pasaban de los 10 dólares. Uno de los que compré fue South of the Northeast Kingdom, de David Mamet (4,95, perteneció a un tal Wilson -lo sé porque escribió su nombre en la primera hoja-, y se editó en 2002). Nunca he sido muy fan de Mamet (The Edge es la única película que me apasiona escrita por él, aunque es considerada -injustamente me parece-, un Mamet muy menor), pero, quizá por lo poco que tiene que ver conmigo, me intriga mucho su forma de pensar, su, desde un punto de vista europeo, extraña combinación de puntos de vista que uno asociaría normalmente con un tipo más bien de derechas, republicano, con otros más propios de un demócrata simpatizante del ala más izquierdosa del partido. Mamet caza, colecciona armas, adora disparar con ellas, está fascinado por lo castrense y vive apasionadamente todos los clichés del escritor "viril" a lo Hemingway que tanto gusta a los norteamericanos, pero al mismo tiempo se muestra muy crítico con la política exterior de George Bush y apoya el matrimonio entre homosexuales.
Pero volvamos al libro. Más que un libro es un librito (tiene unas 150 páginas, yo lo he leído en un par de días de viajes en metro y autobús) y fue un encargo de la Nacional Geographic Society. De lo que se trataba era de hablar de Vermont, el estado en el que vive Mamet. En realidad al final de Vermont se dice más bien poco y el encargo acaba convirtiéndose en una excusa para, a través de una serie de brevísimos ensayos, hablar de política, reflexionar sobre su trayectoria vital y explicar su forma de pensar, qué es lo que le gusta y lo que no de si mismo y de los que le rodean. De ahí que acabe dando más pistas sobre sus historias que muchos otros textos suyos en los que las aborda directamente.
Además, el texto está ilustrado con fotos tomadas por el propio Mamet, que dejan una cosas bien clara: En Vermont hace mucho, pero que mucho frío.
Ahora que lo pienso, acabo de encontrar otra excusa para seguir acumulando libros: hablar de ellos en este blog. Aunque no tenga tiempo para leerlos, si los menciono aquí al menos habrán tenido una utilidad…
No hay nada como engañarse a uno mismo.
Ah, en las páginas que he escaneado, Mamet cuenta, entre otras cosas, que compró una pistola para su hijo "ocho o diez años antes de que fuera concebido".
No me digáis que no es un tipo raro...
ACTUALIZACIÓN: El "Pianista" ha dejado un comentario explicando que el libro está editado en España con el título Al sur del Edén.

lunes, 5 de marzo de 2007