lunes, 19 de marzo de 2007

El canon

Esta es la primera carta que he enviado a un periódico en mi vida. Normalmente me parece que es perder el tiempo. Pero después de leer el artículo que apareció publicado este domingo en El País sobre el tema del canon que van a tener que pagar las bibliotecas, no he podido contenerme:


Me he quedado helado al descubrir que las bibliotecas (o en palabras de la ministra de Cultura “los titulares de esos establecimientos”) se van a ver obligadas en un futuro inmediato a pagar 20 céntimos por cada libro que presten. Me temo que no hay que saber mucho del mundo en el que vivimos para intuir que una medida así no va a ayudar precisamente a que las bibliotecas lleven a cabo su imprescindible labor de difusión de la cultura.
En mi caso, no sé qué habría hecho de niño y adolescente de no existir la biblioteca municipal de Usera. Mis padres me compraban todos los libros y los cómics que podían, pero ninguna familia obrera con tres hijos como era la mía hubiera podido gastarse lo que costaban los dos libros (como mínimo) que yo leía gratis cada semana gracias a qué existía aquella biblioteca. De hecho, no sé si habría acabado dedicándome a mi profesión actual, guionista de cine y televisión, si mi madre no me hubiera acompañado cuando tenía 10 o 11 años a “sacarme” aquel carnet milagroso que te permitía poder llevarte a casa varios libros sin pagar por ellos. Tampoco sé si hubiera leído las novelas de Philip K. Dick, Isaac Asimov, Stephen King, John Wyndham o William Golding, ni los cómics de Hermann o Jean-Claude Mézieres, que tanto significaron para mi entonces y que sin duda alimentaron mi vocación de “contador” de historias.
Ahora, salvo para intentar encontrar algún título descatalogado, ya no visito prácticamente nunca las bibliotecas municipales. Ahora compro los libros. Porque si algo nos caracteriza a los lectores compulsivos es que, cuando podemos permitírnoslo, nos gusta tener los libros, ordenarlos, mirarlos, sentir que nos pertenecen, y no sólo en un sentido metafórico.
Incluso, ay, compro más libros de los que puedo leer.
Pero desde luego, siento una gran tranquilidad al saber que, aunque las cosas me vayan mal, gracias a las bibliotecas podré seguir leyendo.
Espero que la avaricia no ciegue a todos aquellos que han decidido resarcirnos a los autores por la violación de unos derechos que la mayoría de nosotros nunca hemos querido reivindicar, y que comprendan que, entre otras muchas cosas, las bibliotecas son “fábricas” de lectores. Somos muchos los que gracias a ellas nos contagiamos del virus de la lectura. Colaborar con una medida así es tirar piedras contra su propio tejado.
La verdad, me encantaría saber que cualquiera de las películas que he escrito (y por las que ya he cobrado) están disponibles en el servicio de préstamo de una biblioteca, que siguen “vivas” porque alguien las está disfrutando.
Gratis.
Como tiene que ser.