domingo, 9 de marzo de 2008
Cuéntalo bien
Lo había visto recomendado en varios blogs, pero aún así reconozco que me ha costado ponerme a leerlo, sobre todo porque en principio desconfío de los libros sobre guión escritos por analistas y no por guionistas. Pero al final, Cuéntalo bien, de Ana Sanz-Magallón, me ha parecido una lectura bastante interesante. No cuenta nada que no sepa ya (o debiera saber) cualquiera que se dedique a esto o que simplemente haya reflexionado sobre cómo funcionan las historias, pero de vez en cuando no está mal que te recuerden asuntos en principio tan básicos como que el protagonista tiene que tener un objetivo. De todas maneras, creo que su público natural son los guionistas que están empezando. No tengo muy claro si a base de leer manuales puede llegar de verdad a aprenderse algo (soy de los que confía más en la experiencia; en meter la pata hasta que un día te das cuenta de porqué lo estás haciendo mal y dejas de meterla) pero creo que a mí me hubiera venido muy bien tenerlo cuando escribí mis primeros guiones. Poniéndome un poco pijotero, reconozco que el tono como de profesora enrollada de instituto de la autora a veces me irrita un poco, y que el apartado dedicado a los personajes está despachado un tanto precipitadamente, pero vaya, que eso no resta le interés ni hace que no merezca la pena leerlo. Para que os hagáis una idea de cómo es realmente el libro, os copio un párrafo:
“En la vida, que las cosas se pongan más interesantes equivale a que todo vaya cada vez mejor para uno mismo. “La fiesta que di se puso interesante cuando aquella invitada se encerró conmigo en la cocina y me dijo que era soltera”. Pero en una historia equivale, más o menos, a que el personaje lo tenga cada vez peor: “La fiesta se puso interesante cuando llegó la policía y se encontró al anfitrión encerrado en la cocina con la hija del comisario”.
Suele decirse que, en un guión de cine, en el primer acto se sube al personaje a un árbol, en el segundo se le tiran piedras, y en el tercero se le deja bajar. “Encerrar al protagonista en la historia” es como subirlo a un árbol del que no puede bajar.(…)”.