miércoles, 26 de marzo de 2008

En recuerdo de Rafael Azcona

Recuerdo que cuando empecé a trabajar como guionista, Rafael Azcona me caía mal, muy mal.

Poco antes de vender mi primer guión, había leído una entrevista suya en la que decía algo así como que no se sentía responsable de las películas que había escrito, ya que estas eran solo tan malas o buenas como los directores que las habían rodado (y con los que además, muchas veces también había coescrito los guiones). Según él, el trabajo del guionista… pues bueno, no es que no fuera para tanto -que sí lo era, sin ellos no existiría la película-, sino que resultaba un tanto atrevido creer que de todas las creatividades que intervenían en su creación, la del guionista era la más importante. Vamos, que éramos el último mono.

Aquellas declaraciones me parecieron una traición.

¿Cómo era posible que Azcona, nada menos que AZCONA, el guionista, el creador, de El pisito, El verdugo, Plácido y tantos otros peliculones, dijera algo así públicamente? ¡Estaba tirando piedras contra su propio tejado! ¡Si no nos respetábamos nosotros, cómo íbamos a pedir que nos respetaran los demás!

Pero claro, pasaron los años, trabajé en muchas más películas (algunas se rodaron, la mayoría no), y me di cuenta de que, aunque me jodiera, Azcona no estaba dando una opinión, estaba constatando un hecho que él, con tantas películas a sus espaldas, conocía mejor que nadie. No es ya que todo el mundo opinara sobre los guiones, es que TODO EL MUNDO pedía cambios en el guión que no tenías más remedio que ejecutar si querías llegar a fin de mes. O los llevaban a cabo directamente ellos mismos, muchas veces sin consultar con el guionista.

Al final, acabamos siendo tan buenos o tan malos como la gente con la que trabajamos, estamos en sus manos. Lo que, si bien es una gran putada para nuestro ego, también, si uno se deja llevar y es capaz de asumirlo (y no resulta fácil), da cierta tranquilidad. No es que seamos humildes, es que para sobrevivir no tenemos más remedio que serlo.

Y puede que cuando hablaba con la prensa, Azcona, que para nosotros era solo el autor de varias obras maestras, tuviera también muy presente que entre su casi centenar de películas (95 según la IMDB, ¡que barbaridad!), también las había regulares e incluso alguna directamente mala. Sabía muy bien que, al contrario de lo que le ocurre a un novelista, que suele tener el control absoluto sobre su trabajo, al depender el nuestro de tantos factores, resulta absurdo tanto sacar demasiado pecho por lo bueno como torturarse por lo malo.

Yo no tuve la suerte de conocer a Rafael Azcona -una vez me crucé con él en un festival y me dio vergüenza decirle algo-, pero por las entrevistas que he leído y visto con él (como la que he colgado un poco más abajo en este blog), además de inteligente y divertido, parecía un tipo centrado, sereno, que sabía disfrutar de la vida. Transmitía esa tranquilidad de la que hablaba antes. Una tranquilidad que cada vez me parece más necesaria para poder dedicarte mucho tiempo a esto.

Me da la impresión que no solo fue un maestro de guionistas, sino un maestro de la vida.