Me encanta ir al cine. Si puedo, voy una o dos veces a la semana. También veo mucho cine en casa, pero no es lo mismo.
Y me gusta ver las películas en versión original.
La última, “Haywire”, de Steven Soderbergh, prima hermana de otro proyecto anterior de Soderbergh, “The Limey”, escrito por el mismo guionista, Lem Dobbs.
La podía haber disfrutado mucho. Pero no pudo ser, porque tuve la mala suerte de que se estrenara en los cines Princesa de Madrid.
Me tragué toda la película con la mitad izquierda de la pantalla desenfocada y una calidad de imagen más propia de un VHS que de un cine del año 2012. Salí a protestar y no sirvió de nada. Solo para que me perdiera un par de escenas (estaba en la sala 7 de los Princesa y madre mía, que largo se hace el pasillo hasta las taquillas).
Pagué 15 euros por dos entradas.
La película sale a la venta muy pronto en Estados Unidos. En Amazon está a la venta por 20 dólares. O sea, unos 15 euros. E incluye subtítulos en Español.
La próxima vez que solamente se estrene una película que me interese en V.O. los Princesa, me parece que ya sé lo que voy a hacer. Porque además todas las películas que he visto allí recientemente, “Another Year” de Mike Leigh, “No habrá paz para los malvados” o la segunda de Sherlock Holmes, se proyectaron igual o peor, y eran otras salas. Lo de “Haywire” no es algo casual. Parece que a los responsables de los cines Princesa no les interesa un pimiento la calidad con la que se proyectan sus películas. O no lo saben o les da igual.
Lo más triste de todo esto es que el propietario de los cines Princesa es Enrique González Macho, actual presidente de la Academia de Cine. Nunca he tratado con él, pero por sus declaraciones siempre me ha parecido alguien muy cabal. Si fuera miembro de la Academia le habría votado sin dudarlo.
Parte de su trabajo es defender el cine como industria. Una industria que aún sigue necesitando las salas de cine como primera ventana de explotación.
Lo triste es que, pese a que es el ejemplo que me parece más sangrante, lo de los Princesa no es un caso único. No cuidar las proyecciones es no cuidar a los espectadores a quienes aún nos sigue cautivando tanto la experiencia de ver una película en una sala de cine que preferimos pagar más a verla en casa. Pero claro, todo tiene un límite. Así, se quitan las ganas. Hasta a mí.