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domingo, 8 de marzo de 2009

Una crítica de "Watchmen"

Después de subir la entrada anterior, he encontrado esta crítica de Watchmen (con la que no estoy muy de acuerdo cuando habla de otros aspectos de la película como la escena de sexo), que incide en su carga ideológica.

“Watchmen”, o “Misántropos autodestructivos. S.A."

Watchmen me gustó, aunque creo que no le beneficia nada ser tan fiel al cómic. Por ejemplo, como pasa con tantas otras adaptaciones literarias, la multiplicidad de puntos de vista convierte la trama en un puzzle donde apenas da tiempo a desarrollar nada con un poco de profundidad (y no es lo mismo tener 500 páginas para contar la historia que dos horas y media de película). Al final, Watchmen acaba siendo varias películas a la vez, y algunas me gustan mucho (la del Búho) y otras no tanto (la de Rorschach hasta que entra en la cárcel).

Lo que sí ha conseguido la película es que haya vuelto a pensar con un poco de distancia en Watchmen y que ahora me interese menos que antes. Al enfrentarme a la historia sin estar constantemente deslumbrado por la pericia técnica de Moore y su complejidad estructural, me he dado cuenta de que en realidad lo que cuenta no me llega demasiado. Puestos a elegir otras obras de Moore de aquella época me quedo antes con Miracleman o su última etapa en Swamp Thing.

Pero eso no es lo que quiero comentar, sino algo que me llamó mucho la atención mientras veía la película y a lo que yo no había prestado demasiada atención ninguna de las veces en las que he leído el cómic: todos los personajes son unos tarados de cuidado incapaces de relacionarse con normalidad con el mundo en el que viven, superhéroes traumados que utilizan sus máscaras y sus disfraces para reunir el valor suficiente para interaccionar con la realidad sin sentirse machacados por ella. En el caso más extremo, Rorschach se da tanto asco que llega a decir que su máscara es su verdadera cara. Incluso Ozymandias, que aparentemente está más “integrado”, es en realidad un farsante cuya verdadera personalidad solo aflora en su peculiar Fortaleza de la Soledad. Luego, la descripción de esa realidad en la que viven los personajes consiste básicamente en secuencias donde estos son o agredidos físicamente (la pelea en el callejón) o verbalmente (las manifestaciones, el programa de televisión, etc.), o ninguneados y mirados por encima del hombro (toda la vida sin máscara del propio Rorschach, o la de el Búho). Son víctimas, en parte de sí mismos, pero también de la sociedad en decadencia en la que intentan sobrevivir, que no agradece todo lo bueno que han hecho o que podrían hacer por ella. Así, es inevitable que todos los espectadores reaccionen mientras ven la película identificándose con una pandilla de sociópatas, e incluso vitoreando y riendo satisfechos los estallidos de violencia del más perturbado de todos ellos, Rorschach. Porque la historia deja bien claro, más desde un punto de vista emocional que intelectual (que es al fin y al cabo el que más cuenta), que TIENEN RAZÓN. A mí eso me resultó bastante incómodo mientras veía la película. Las parrafadas homófobas y racistas de Roscharch no se perciben en ningún momento como los delirios de un loco (no es Travis Bickle en Taxi Driver, no hay apenas ambigüedad en la descripción del personaje; es un héroe) sino como una descripción ajustada de la realidad. Al final, atrapada entre dos extremos ideológicos y morales (el simplista vigilantismo ultraderechista de Rorschach y el totalitarismo paternalista de Ozymandias, a quien secunda el Dr. Manhattan), y aunque está escrita desde una perspectiva liberal, pretendidamente irónica además, Watchmen cae en la caricatura simplona cuando intenta resultar ácida y reírse de la derecha (ese Nixon guiñolesco y las reuniones con los militares), pero paradójicamente resulta muy convincente como vehículo de las fantasías conservadoras más extremistas. Tras salir del cine me dio la impresión de que la idea más extendida entre quienes se estaban parando a pensar un poco en lo que habían visto era: "por Dios, que nos salven Ozymandias o el Dr. Manhattan, o sino, que por lo menos tengamos a un Rorschach patrullando por las calles poniendo un poco de orden".

Y estoy convencido de que eso no era lo que pretendían ni Moore ni Zack Snyder. Pero eso, creo, al final (además de muchas otras cosas, por supuesto) es también Watchmen.

jueves, 26 de julio de 2007

Pensando en voz alta

He escrito esto del tirón, así que perdonad si resulto más caótico que de costumbre:

En varios de los últimos textos que el guionista y director Nacho Vigalondo ha colgado en su blog, analiza (con creo que bastante tino) algunas de las razones del aparente desencuentro entre el cine español y su público potencial. Entre otras cosas, dice: “Haciendo recopilación y análisis de todas las quejas que se lanzan contra el cine de nuestro país (las mías incluidas) encontramos el epicentro del disgusto en la cuestión del contenido, del género, o mejor dicho la falta de género. Parece ser que las películas españolas se abalanzan sobre ciertos temas (denuncias sociales, retrato de la marginalidad, desencuentros urbanos, comedias de café y cuernos, conflictos políticos, trascendencias cotidianas) e ignoran todos los demás. Hasta el punto de que, en nuestras conversaciones, y en la estantería de DVDs de El Corte Inglés, el cine español se considera un género en sí, no una nacionalidad. Un género del que estamos más que hartos”. Después, Nacho sigue explicando que pese a que esa “queja genérica” es una de las más habituales a la hora de -como diría Joaquín Reyes- “medirle el lomo” a nuestro cine, luego vas a un festival de cortos dirigidos por jóvenes cineastas que probablemente comparten esa opinión, y… ¿con qué te encuentras? Pues que, salvo por su duración, sus películas no se diferencian tanto de las tres o cuatro “españoladas” que se estrenan cada semana en los cines. ¿Qué ocurre entonces? ¿Es que estamos tan condicionados, como también apunta Nacho, por nuestra tradición que nos parece imposible ser capaces de contar de forma creíble algo que nos aleje radicalmente (y sin la coartada de la comedia negra) del costumbrismo que de forma casi automática asociamos al adjetivo “español”?
Al empezar a escribir esta entrada tenía la intención de enumerar las respuestas clásicas a dicha pregunta: que sí, que tenemos el cerebro tan colonizado por el cine norteamericano que nos resulta difícil creernos que determinadas historias puedan transcurrir en nuestras calles*, que no es eso, sino que lo que hay es muchos productores (la mayoría) alérgicos al cine de género… En fin, lo de siempre. Creo que no hace falta que siga, porque ya nos las sabemos todos de memoria y ninguna llega a resultar del todo satisfactoria. Para desentrañar el misterio de nuestra alergia al género y determinar cuándo, cómo y porqué empezó a convertirse en norma y no excepción me temo que haría falta un trabajo de investigación mucho más serio del que podemos llevar a cabo los “bloguionistas”.
En realidad, lo que más me dio que pensar del texto de Nacho es la paradoja evidenciada por los cortometrajes que se producen en España, sobre todo porque tiene que ver con algo que pasa siempre el primer día del taller de escritura que llevo en la Universidad Pontificia de Salamanca. Tras presentarme, suelo explicar que el trabajo que vamos a hacer en el taller va a consistir en (si todo va bien) escribir la primera versión de un guión de largo. Para empezar, lógicamente lo primero que quiero es que me cuenten sus ideas. Pues bien, el 90% de dichas ideas son variaciones de las que habitualmente maneja ese dichoso “cine español”. Por Ej. alumnos que lo más que saben sobre la inmigración es lo que han leído en los periódicos, se empeñan en escribir historias protagonizadas por africanos que cruzan el estrecho en patera. Y antes de que alguien me malentienda, me gustaría aclarar que por mi pueden escribir esa historia o cualquier otra (yo también he escrito – y por iniciativa propia- guiones de temática social y/o costumbrista). Pero lo importante es que lo hagan porque realmente les apetece escribirla. Se tarda mucho en terminar una primera versión de un guión, así que más vale que te apasione lo que estás contando si no quieres hartarte de él antes de llegar al segundo acto. Sin embargo, normalmente después de hablar con ellos un rato suelo descubrir que, por un lado su historia no les interesa tanto como debería, y por otro que puede que acaben escribiendo el guión de una película que nunca pagarían por ver una vez rodada. Entonces, ¿por qué lo hacen? Pues suele ser porque (algunas veces de una manera inconsciente) en cuanto llega el momento de pasar de la teoría a la práctica se ponen automáticamente el chip de guionista español y sólo se plantean escribir lo que SE SUPONE QUE DEBE ESCRIBIR UN GUIONISTA ESPAÑOL. También hay algunos que, más cínicamente, se dicen: “si el cine que se rueda en España es de X manera, pues eso es lo que yo tengo que escribir si quiero conseguir vender el guión y acabar ganando un Goya”. Pero son los menos. En todo caso, como yo estoy convencido de que escribir gratis algo que no te crees es una buena manera de empezar a odiar tu futuro oficio, procuro que sean sinceros consigo mismos y que escriban lo que de verdad les apetezca y no lo que suponen que espera de ellos ese ente ilusorio llamado “cine español”.
Puede que el problema "genérico" empiece por los propios creadores, que a menudo renunciamos a nuestra identidad intentando encajar en una industria cuya primera exigencia parece ser transformarnos en aquello que teóricamente despreciamos.
Cosa que no sé si les ocurre a los cortometrajistas de los que hablaba Nacho. Aunque me da que algo de eso podría haber. Todos queremos gustar, y más en una primera cita.

A ver si uno de estos días escribo algo sobre mi experiencia como (casi exclusivamente) guionista de género, porque me parece que puede servir para sacar alguna conclusión interesante sobre cómo funciona nuestra industria.

*El cine ha transformado hasta tal punto nuestra percepción de Estados Unidos que ya no somos capaces de diferenciar la ficción de la realidad. He vuelto recientemente de un viaje por la costa oeste y, cuando cuento que no solo no he tenido ningún problema sino que, por regla general los norteamericanos me han parecido gente amable y poco amiga de meterse en líos (más bien es una cultura obsesionada por mantener las formas y por evitar los enfrentamientos; y, si bien es cierto que en ciertos casos eso provoca una tensión subterránea algo molesta, pocas veces llega la sangre al río), hay quien me ha mirado con escepticismo, como diciendo “ya, ya… eso es que has tenido suerte…”. Como si por las infernales carreteras de Death Valley y sus 50 grados a la sombra uno tuviera que encontrarse necesariamente con la familia de mutantes psicopáticos de Las colinas tienen ojos.