Watchmen me gustó, aunque creo que no le beneficia nada ser tan fiel al cómic. Por ejemplo, como pasa con tantas otras adaptaciones literarias, la multiplicidad de puntos de vista convierte la trama en un puzzle donde apenas da tiempo a desarrollar nada con un poco de profundidad (y no es lo mismo tener 500 páginas para contar la historia que dos horas y media de película). Al final, Watchmen acaba siendo varias películas a la vez, y algunas me gustan mucho (la del Búho) y otras no tanto (la de Rorschach hasta que entra en la cárcel).
Lo que sí ha conseguido la película es que haya vuelto a pensar con un poco de distancia en Watchmen y que ahora me interese menos que antes. Al enfrentarme a la historia sin estar constantemente deslumbrado por la pericia técnica de Moore y su complejidad estructural, me he dado cuenta de que en realidad lo que cuenta no me llega demasiado. Puestos a elegir otras obras de Moore de aquella época me quedo antes con Miracleman o su última etapa en Swamp Thing.
Pero eso no es lo que quiero comentar, sino algo que me llamó mucho la atención mientras veía la película y a lo que yo no había prestado demasiada atención ninguna de las veces en las que he leído el cómic: todos los personajes son unos tarados de cuidado incapaces de relacionarse con normalidad con el mundo en el que viven, superhéroes traumados que utilizan sus máscaras y sus disfraces para reunir el valor suficiente para interaccionar con la realidad sin sentirse machacados por ella. En el caso más extremo, Rorschach se da tanto asco que llega a decir que su máscara es su verdadera cara. Incluso Ozymandias, que aparentemente está más “integrado”, es en realidad un farsante cuya verdadera personalidad solo aflora en su peculiar Fortaleza de la Soledad. Luego, la descripción de esa realidad en la que viven los personajes consiste básicamente en secuencias donde estos son o agredidos físicamente (la pelea en el callejón) o verbalmente (las manifestaciones, el programa de televisión, etc.), o ninguneados y mirados por encima del hombro (toda la vida sin máscara del propio Rorschach, o la de el Búho). Son víctimas, en parte de sí mismos, pero también de la sociedad en decadencia en la que intentan sobrevivir, que no agradece todo lo bueno que han hecho o que podrían hacer por ella. Así, es inevitable que todos los espectadores reaccionen mientras ven la película identificándose con una pandilla de sociópatas, e incluso vitoreando y riendo satisfechos los estallidos de violencia del más perturbado de todos ellos, Rorschach. Porque la historia deja bien claro, más desde un punto de vista emocional que intelectual (que es al fin y al cabo el que más cuenta), que TIENEN RAZÓN. A mí eso me resultó bastante incómodo mientras veía la película. Las parrafadas homófobas y racistas de Roscharch no se perciben en ningún momento como los delirios de un loco (no es Travis Bickle en Taxi Driver, no hay apenas ambigüedad en la descripción del personaje; es un héroe) sino como una descripción ajustada de la realidad. Al final, atrapada entre dos extremos ideológicos y morales (el simplista vigilantismo ultraderechista de Rorschach y el totalitarismo paternalista de Ozymandias, a quien secunda el Dr. Manhattan), y aunque está escrita desde una perspectiva liberal, pretendidamente irónica además, Watchmen cae en la caricatura simplona cuando intenta resultar ácida y reírse de la derecha (ese Nixon guiñolesco y las reuniones con los militares), pero paradójicamente resulta muy convincente como vehículo de las fantasías conservadoras más extremistas. Tras salir del cine me dio la impresión de que la idea más extendida entre quienes se estaban parando a pensar un poco en lo que habían visto era: "por Dios, que nos salven Ozymandias o el Dr. Manhattan, o sino, que por lo menos tengamos a un Rorschach patrullando por las calles poniendo un poco de orden".
Y estoy convencido de que eso no era lo que pretendían ni Moore ni Zack Snyder. Pero eso, creo, al final (además de muchas otras cosas, por supuesto) es también Watchmen.