Estos días estoy leyendo El mundo, de Juan José Millás. Sí, la del premio Planeta. Como me suelen gustan los libros de Millás, lo habría leído de todas maneras con premio o sin él. Lo único es que esta vez, gracias al Planeta lo estoy leyendo gratis porque, como queremos entrevistarle en NST, la editorial nos ha mandado un ejemplar a la redacción. Aún no lo he terminado, pero de momento me parece una de sus mejores novelas, o por lo menos una de las más interesantes para los que llevamos leyéndole muchos años, ya que se trata de un relato autobiográfico que arroja una cierta luz sobre los porqués de algunos de los momentos que más me han fascinado de sus historias (dato que hace más increíble que todavía se siga haciendo creer que el Planeta es un concurso en el que los textos se presentan de forma anónima para que sean valorados únicamente por su calidad literaria y no por la reputación de su autor). En fin, por lo menos este año se lo han dado a un escritor que se lo merece. Y si he copiado el siguiente fragmento es porque precisamente tuve una conversación similar (no sobre libros, claro, sino sobre guiones) hace unos días. Estoy seguro de que muchos otros guionistas, escritores -y supongo que cualquiera que se dedique a una profesión creativa-, ha vivido una situación semejante alguna vez:
“(…) Había leído mis novelas, a las que se refirió como si no hubieran logrado estar a la altura de ella como lectora. No lo dijo de un modo brutal, pero sí de un modo claro. Tal como lo entendí, le parecían dos novelas bienintencionadas, pero pequeño-burguesas, sin ambiciones formales, sin instinto de cambio. Advertí que también ella había imaginado en más de una ocasión un encuentro como el que estábamos protagonizando y para el que tenía preparado un discurso demoledor. Comprendí también que ahora creía en la crítica literaria como en otras épocas había creído en Dios o en la lucha de clases. Yo regresaba a Madrid al día siguiente, quizá no nos volviéramos a ver en otros doce o trece años, de modo que podía haber dicho cuatro cosas amables sobre mis libros y aquí paz y después gloria, pero parecía dominada aún por una necesidad feroz de hacerme daño. Tuve la impresión de que al escribir y publicar con cierto éxito aquellas dos novelas pequeño-burguesas, poco ambiciosas formalmente, etcétera, había alterado de forma intolerable el orden de un escalafón imaginario (todos lo son) en el que María José, hasta que mis libros irrumpieran en las librerías, había ocupado uno de los primeros puestos. Le pregunté si escribía y dejó entrever que sí, aunque lo hacía para un lector todavía inexistente, por lo que no podía ni soñar en encontrar editor. Mientras la Historia alumbraba a aquel lector superior, y para colaborar a su advenimiento, habría decidido dedicarse a la crítica literaria”.
Juan José Millás. El mundo. Editorial Planeta 2007.