domingo, 12 de octubre de 2008
Lewis
Mi amigo el guionista, escritor y profesor de guión de la Universidad de Columbia de Nueva York, Lewis Cole, falleció hace dos días.
La causa de su muerte ha sido la ELA, una enfermedad degenerativa neuromuscular muy poco habitual, también conocida como “el síndrome de Lou Gehrig”, que poco a poco provoca que aquellos que la padecen sufran parálisis total. Aunque se le había diagnosticado solo hace dos años (tras otros dos más de diagnósticos equivocados y tratamientos desacertados), el verano pasado Lewis tuvo que empezar a usar una silla de ruedas y, muy poco después, una máquina para poder respirar.
Afortunadamente, la ELA no afecta las facultades intelectuales, y hasta prácticamente el último momento, Lewis estuvo escribiendo, e incluso, dando alguna clase. Según tengo entendido, muy pronto se publicará su último libro, un relato autobiográfico en el que habla de su enfermedad.
Conocí a Lewis hace ya diez años, cuando el desaparecido programa de desarrollo de Canal +, Canal + Guiones, me llevó a trabajar en la reescritura del guión de una comedia de ciencia ficción coescrita con Antonio Trashorras llamada “Cadetes estelares” al taller del Mediterranean Film Institute, que se celebra todos los años en una isla griega.
Durante la primera fase del taller, a cada guionista nos tocaba reunirnos con varios tutores para que estos nos dieran su opinión sobre nuestro guión. Después, debíamos elegir a uno de ellos para empezar a trabajar en la que debería ser la nueva versión. Durante aquellas primeras reuniones, además de aburrirme como una ostra, no paré de preguntarme ”¿Qué hago yo aquí?”. Ninguno de los tutores mostró demasiado interés por mi guión, y encima me daba la impresión de que mi historia de extraterrestres exiliados en la Tierra y perros con cerebro de androide les parecía una gilipollez. Incluso uno de ellos llegó a proponerme, muy serio, que contara la misma historia "solo" que convirtiendo a mis dos ancianos extraterrestres protagonistas en humanos. Básicamente, quería que escribiera otra película totalmente distinta a la que yo tenía en mente.
Afortunadamente, cuando ya estaba medio desesperado, y pensando en volverme a España, me tocó reunirme con Lewis.
Y no es que a Lewis le interesara especialmente la ciencia ficción. Más bien todo lo contrario. “Su género" era el drama realista y de pensar en escribir sobre naves espaciales, abducidos o cosas así, le daba la risa. Pero tenía muy clara una cosa: si a mí me gustaba la ciencia ficción… ¿quién era él para decirme que renunciara a ella? Además, no se trataba de que yo escribiera un guión que él hubiera podido escribir, sino de que él me ayudara a mí a escribir bien (o al menos mejor) la historia que quería contar.
Así que por supuesto, le elegí a él como tutor durante el segundo tramo del taller.
Que respetara las intenciones del guionista con el que estaba trabajando no quiere decir que Lewis fuera un tutor blando. En absoluto. Siempre decía muy a las claras lo que pensaba y si desde su punto de vista, una trama no funcionaba, pues no funcionaba y de lo que se trataba era de trabajar lo que hiciera falta hasta que sí lo hiciera, no de hacer que el guionista se sintiera bien dorándole la píldora y alimentando su ego a base de medias verdades.
Por Ej. recuerdo que en la primera reunión me dijo rotundamente que mi guión tenía un problema muy gordo: carecía de tercer acto y necesitaba un antagonista más claro. Mi primera reacción fue enfadarme y negarlo, pero después… bueno… lo cierto es que aunque me fastidiara (sobre todo porque eso significaba que iba a tener que reescribir más de medio guión para arreglarlo), Lewis tenía razón. La había cagado.
Y no contento con dejarme claro que me esperaba muchísimo trabajo por delante, al día siguiente me propuso que me olvidara para siempre del documento que había llevado a Grecia y que empezara a escribir la nueva versión partiendo de la escaleta que íbamos a elaborar allí…
A pesar de lo poco que me apetecía, como por probarlo no perdía nada, le hice caso. Y descubrí que tenía razón. A veces es más rápido empezar desde cero que intentar rescatar las secuencias “útiles” de un guión que no acaba de funcionar.
Esas fueron solo algunas de las cosas que aprendí de Lewis.
En realidad, creo que de no haberle conocido, yo nunca me habría animado a ser profesor. Pero viéndole escaletar una película entera sobre una pizarra en menos de dos horas, poniéndose en pie cada dos por tres, derrochando energía y entusiasmo, haciéndonos preguntas, obligándonos a intervenir, obligándonos a pensar, pensé por primera vez que llevar un taller de guión podía ser divertido.
Todavía hoy, lo que hago en los talleres se basa en lo que le vi hacer a Lewis durante aquellos días en Grecia.
Y muchas veces, sobre todo cuando me dan ganas de tirar la toalla con algún alumno especialmente impermeable a mis consejos, pienso en Lewis y en cómo se las arreglaba para mostrar interés incluso por los guiones más imposibles (de esos que sólo en caso de milagro acabarían por ser medio legibles), y me fuerzo a seguir adelante poniendo buena cara.
Tras el taller del MFI, seguí en contacto con Lewis, dándole la brasa con mis proyectos y mis aventuras y desventuras en el mundo del guión. En muchos momentos de bajón, en los que tanto contratiempo (todos esos guiones vendidos que se han quedado sin rodar…) me daba ganas de dejar de escribir, su apoyo significó mucho para mí.
A base de intercambiar e-mails, acabamos desarrollando una buena amistad. Y sólo hace tres veranos, cuando aunque ya tenía síntomas aún no sabía que los provocaba la ELA, comenzamos a trabajar en un guión del que por falta de tiempo sólo llegamos a escribir un tratamiento y que espero poder terminar algún día.
Me resulta muy difícil aceptar que haya pasado tan poco tiempo desde que se tomó esta foto y que Lewis ya no esté.
La última vez que hablamos en persona, el verano pasado, cuando yo ya estaba a punto de volverme a Madrid después de pasar unos días con él en Nueva York, Lewis me contó por fin la verdad sobre su enfermedad. Sabía que le quedaba un año y medio de vida, dos como mucho. Pero no estaba dispuesto a dejar que la ELA le obligara a renunciar a ninguna de las cosas que le gustaban.
Y creo que a pesar de lo mucho que llegó a sufrir, lo consiguió.
Siempre me sorprendió la entereza con la que asumió saber que le quedaba tan poco de vida. Me da vergüenza reconocerlo, pero aquella vez, fue él quien acabó consolándome a mí.
Echaré mucho de menos su sentido del humor, su cariño, su inteligencia y la paciencia que siempre demostró conmigo.
En el libro que comenté aquí hace unos días de Daniel Pennac, éste dice: “Basta un solo profesor -¡uno solo!- para salvarnos de nosotros mismos y hacernos olvidar a todos los demás”.
En mi caso, Lewis fue ese profesor.
Además, tuve la suerte de que también fuera mi amigo.