jueves, 18 de diciembre de 2008

Olimpita


Un aviso: Hernán Migoya es amigo mío, así que es probable que mi opinión no sea del todo objetiva (si es que alguna opinión puede serlo alguna vez). Tengo otros amigos que dicen ser capaces de valorar una obra independientemente de cómo sea su relación con el autor. Pero a mí tanta seguridad siempre me ha parecido sospechosa. Nuestras emociones condicionan nuestra percepción de la realidad, y que yo sepa en esa realidad también se incluyen los cómics, las películas o las novelas de los amigos y conocidos. A pesar de que el párrafo anterior puede que invalide mi recomendación, todo lo anterior viene a cuento de que acabo de leerme Olimpita, el último cómic escrito por Hernán (e ilustrado con bastante acierto por Joan Marín) y lo he disfrutado mucho. Y eso que por lo que sabía de la historia estaba convencido de que no me iba a gustar. Porque lo que sabía era más o menos lo que dice el texto promocional de la editorial: “Violencia de género e inmigración, grandes temas de actualidad en una novela gráfica de…”. Vamos, todo un “grandes éxitos” de la narrativa comprometida. Sinceramente, Olimpita olía muy mal, a producto prefabricado y oportunista, a tebeo de encargo diseñado para todos esos lectores de literatura adultos que de pronto han decidido darle una oportunidad a la historieta, que han comprado Persépolis y poco más (por cierto, editada por Norma en la misma colección que Olimpita), pero que quizá pueden picar si se les pone por delante otra “novela gráfica” protagonizada por una mujer, aunque en este caso esté ambientada en un mundo que les resulta mucho más cercano y no en Irán. Pero afortunadamente, la historia de Joan Marín y de Hernán, aún partiendo de una situación muy similar a la de muchos otros relatos de maltrato, tiene un desarrollo que me ha sorprendido mucho. Incluso reconozco que en algún momento me ha resultado bastante perturbadora. Como dice a veces otro amigo mío guionista: “te remueve”. Porque antes que una historia sobre inmigración y maltrato (que probablemente se cuenta mejor en un reportaje televisivo), Olimpita es una historia sobre el deseo sexual y su aterradora capacidad para poner vidas patas arriba. Es una de esas historias que, dada su complejidad moral sí que -aunque resulte un tanto paradójico-, creo que puede abordar con más veracidad la ficción que cualquier reportaje o documental. De ocurrir realmente, es probable que nadie hablara de ella con sinceridad, o de hacerlo, sería reescribiéndola, reinventándola, y quizá omitiendo los momentos que resultan más incómodos (que muchos considerarían perversos; ¿aunque como pueden ser calificados como perversos, excepcionales, cuando ocurren tan a menudo?). Y no creo que sea casualidad que una historia así aparezca contada en forma de historieta. Puede que la literatura y el cómic sean ahora los únicos medios donde aún pueden encontrarse relatos capaces de trascender los tópicos en los que abundan la mayor parte de las ficciones que han abordado temas similares. Esperemos que lo que algunos llaman la “normalización” del cómic quiera decir que los autores españoles podamos en algún momento llegar a ganarnos la vida haciendo tebeos sin tener que emigrar, y no que los guiones de historieta tengan que acabar pasando por los mismo filtros reblandecedores que sufrimos en el cine y la televisión por ese empeño absurdo en agradar a cuantos más segmentos de público potencial mejor. A veces, pese a la penuria económica, ser marginal tiene sus ventajas. Y una de ellas es que puedan publicarse tebeos así.