domingo, 11 de enero de 2009

El ideal de servicio.

Que bien explica John Berger en estos párrafos el concepto de “el ideal de servicio”, una idea (a menudo malinterpretada) alrededor de la que se han escrito muchas novelas y probablemente todavía más guiones de cine. Los he copiado de su libro “Un hombre afortunado”, que reúne varios textos sobre la vida de un médico rural inglés en 1967:

A Sassall le influyeron mucho de niño los libros de Conrad. Contra el aburrimiento y la complacencia de la vida de la clase media inglesa en tierra firme, Conrad le ofrecía lo “inimaginable”, cuyo instrumento era el mar. La poesía que se le ofrecía, sin embargo, no era amanerada o poco viril; muy al contrario, los únicos hombres que se podían enfrentar a lo inimaginable eran duros, taciturnos, mesurados y tenían un aspecto del todo normal. La cualidad contra la que Conrad previene constantemente es al mismo tiempo la cualidad a la que apela: la imaginación. Se diría que el mar es el símbolo de esta contradicción. El mar apela a la imaginación, pero para enfrentarse al mar en su furia inimaginable, para hacer frente a sus retos, uno ha de abandonar la imaginación, pues conduce al temor y al aislamiento.
Lo que resuelve la contradicción, y al resolverla eleva ese drama a un nivel mucho más noble, muy por encima de la egoísta medra personal que constituye la vida insignificante del común de los mortales, es el ideal de servicio. Este ideal tiene un doble significado. El servicio representa todos aquellos valores tradicionales que unos pocos privilegiados que han aceptado el reto aprecian profundamente; y no lo aprecian en razón de un principio abstracto, sino como la condición indispensable para la práctica eficaz de su arte o de su técnica. Y al mismo tiempo, el servicio representa la responsabilidad que esos pocos tienen con respecto a los muchos que dependen de ellos: los pasajeros, la tripulación, los armadores, los comerciantes, los agentes.
Simplifico, sin duda. Y Conrad no sería el magnífico escritor que es si éste fuera un resumen certero de su actitud respecto al mar. Pero la simplificación nos permite ver por qué Conrad podía atraer a un chico que se rebelaba contra el medio burgués de su familia, pero que tampoco tenía ningún interés en la bohemia. Admiraba la destreza física. Disfrutaba trabajando con las manos, haciendo cosas prácticas. Las cosas despertaban más su curiosidad que los pensamientos. Como a muchos otros chicos de su clase y de su generación, le movía el ideal de ofrecer un ejemplo moral que dejara en entredicho el oportunismo de sus mayores.

John Berger. "Un hombre afortunado". (Alfaguara, 2008). Traducción de Pilar Vázquez.