
El guionista Juan Cavestany me envía este texto:
Soy el guionista de “Salir pitando” junto con su director, Álvaro Fernández Armero, y lo ocurrido con el guión, desarrollo y estreno de esta película creo que merece la pena contarse. Antes de nada, advierto que esta historia es simplemente algo que me apetecía contar para quien le interese conocer una bonita historia sobre nuestro oficio. No es una queja plañidera: quejarme en este oficio es de las cosas que más odio y trato de evitar.
A principios del año 2005, me llamó Álvaro Fernández Armero para decirme que iba a dirigir una película para Morena Films y Tele 5 y quería coescribirla conmigo. El mismo día recibí una llamada también de las productoras en el mismo sentido. Me reuní con Álvaro y le dije: “Me interesa escribir una peli contigo si las productoras nos dejan escribir el guión que nos apetezca sobre el tema que nos salga de las narices. Creo que sólo desde esta libertad nos puede salir algo bueno.” Álvaro me dijo que él pensaba lo mismo, por lo tanto fuimos con ese mensaje a las productoras y nos dieron carta blanca, o luz verde, no sé, una de las dos.
Así que Álvaro y yo empezamos a escribir sin la menor indicación de nadie sobre el tema o la orientación de la película. En nuestras primeras reuniones salían conceptos como el de road movie y que tenía que ser una comedia “no-de-pedos”. Me cuesta decir que queríamos escribir una “comedia inteligente”, aunque ese era en realidad nuestro objetivo, lo cierto es que en público me vale con decir que no queríamos hacer una “comedia gamberra” (¡arg!).
El primer tratamiento que hicimos iba sobre un hombre divorciado que llevaba a su hijo a una localidad playera para que pasara el verano con su madre, y a la vuelta, este protagonista recogía en un bar a un tipo que estaba haciendo auto-stop y juntos se iban en coche por la carretera, hablando e improvisando sobre la marcha hasta acabar jugando en el Campeonato de España de Billar Bola Ocho. Los personajes se llamaban Gustavo y Rafa.
Hubo más de una variación en esa línea. Con eso quiero decir que ni siquiera el fútbol estaba presente en la génesis de la historia, mientras que sí había una idea de viaje, y un personaje llamado Rafa.
A lo largo de varias versiones de esta idea surgieron importantes conceptos centrales que queríamos abordar Álvaro y yo. El principal creo que era la idea de tener 40 años y tener miedo en la vida, concepto enunciado claramente por Álvaro. Y entonces nos dimos cuenta que nuestro armazón no era lo bastante sólido como para narrar un tema de esa ambición. Que se nos quedaba corto lo del auto-stop y el campeonato de billar.
Decidimos hacer que los protagonistas de nuestra película fueran otra cosa, ¿qué podían ser? Pues al final decidimos que fueran árbitros (un árbitro y un linier, concretamente). El árbitro nos parecía un personaje tragicómico muy nuestro, muy español, y además era ideal para una tragicomedia que podíamos conducir hacia la épica (una épica que Álvaro se encargaría de llevar al sumum al rodar el partido del final de la película).
Total que, ilusionados con esto, parimos una enésima versión del guión. Por lo general, escribíamos y nos corregíamos mutuamente, como se suele hacer en estos casos. Yo dialogaba bastante, quiero decir que escribía bastantes diálogos, y concretamente me salió un diálogo hacia el final de la película, durante el partido de fútbol en cuestión, en el cual el protagonista (que a estas alturas se llamaba ya José Luis) le gritaba a su amigo linier: “¡No me jodas, Rafa!”
Cuando Álvaro leyó esta parte, esbozó una leve sonrisa, y como comentario de pasada me dijo: “Ah, esto lo has puesto por lo del partido aquel.” Y yo contesté: “¿Qué partido?”
Soy la persona más inculta futbolísticamente que hay en España, cosa que me da vergüenza reconocer pues me gustaría saber algo más de fútbol y sobre todo me gustaría no quedarme fuera de tantas conversaciones, pues ya me quedo habitualmente fuera de muchas, y esta carencia no hace sino empeorar la situación.
Yo no sabía nada de ningún árbitro que hubiera gritado esa frase, ni mucho menos que aquella anécdota se hubiera hecho famosa. A Álvaro le pareció gracioso sin más (tanto la frase en el guión como mi ignorancia al respecto), lo dejamos pasar y seguimos hablando de cuestiones seguramente más importantes.
Otra cuestión que entonces nos parecía importante era que no se supiera que los protagonistas eran árbitros hasta el segundo acto de la película. Así era sobre el papel: se presentaba a los personajes y no se sabía a dónde iban hasta bien avanzada la trama. Puede que fuera una ingenuidad (y de hecho a esa conclusión llegamos por nuestra cuenta, avanzando bastante esta revelación en una de las últimas versiones del guión), pero lo señalo simplemente como dato a tener en cuenta sobre lo que era la génesis y los objetivos de nuestra historia.
Para este momento, el triángulo financiero de la película ya se completaba con la productora y distribuidora Sony Pictures. La presencia de Sony Pictures aportaba gran entusiasmo y perspectivas para la película.
Lo que no veíamos venir es que para Sony, nuestra película era una película de cachondeo para consumo masivo sin pretensiones ni expectativas. Era una “comedia gamberra” (¡arg!). Como prueba máxima de esta visión, Sony dijo que la película tenía que llamarse “Rafa, no me jodas.”
Esto nos provocó a Álvaro y a mí un grave ataque de ansiedad, más grave aún en el caso de Álvaro pues estaba a punto de empezar a rodar y tenía que enfrentarse cara a cara con los productores.
Nuestro guión había empezado con el título de “Intermitentes”, y luego cuando se convirtió en la historia de dos árbitros lo llamamos “Un pitido constante” (porque el protagonista además padecía –y padece- un molesto pitido en el oído). Para Sony, estos dos títulos eran demasiado “intelectuales”, demasiado “de autor”. No aptos para sus planes. Estaban seguros que con “Rafa no me jodas” iban a dar la gran campanada. Arg.
Nos decían que nosotros a lo mejor sabíamos de escribir guiones, pero no de vender películas. Que los expertos en márketing eran ellos. Pero a pesar de que una distribuidora tan poderosa tiene la capacidad de decidir incluso el título y la imagen de una película, hay un factor que está por encima y que es la integridad moral del autor, o autores en este caso. Con la ayuda de nuestra abogada dijimos que “Rafa no me jodas” era un título intolerable.
Sony nos pidió que propusiéramos alternativas. Pensamos en “Pérez”, pero por supuesto también era demasiado “de autor”. Además menos mal que no llegó a usarse porque al poco tiempo se estrenó la película del Ratón Pérez, que para más inri era (y es) el apellido de nuestro protagonista, por mucho que le pese a algún crítico que, de haberse dedicado a escribir guiones o a tener autoridad sobre los guiones de otros, no habría permitido que este detalle superara su inefable “control de calidad”.
Pero en fin, prosigamos. Muy pronto nos dimos cuenta Álvaro y yo de que sólo iban a aceptar un título que estuviera en “su terreno”, que jamás aceptarían un título de los que a nosotros nos podría gustar. De manera que, eligiendo el menos malo de los posibles males, y cerrando los ojos, lanzamos al aire la propuesta de “Salir pitando”, que efectivamente les gustó mucho. Y aún así, desplegaron todo su poderío para que “Rafa no me jodas” fuera un leit motiv ubicuo pegado al título de la película y a su campaña promocional por los tiempos de los tiempos.
Un título, una campaña, una imagen en definitiva, elaborada sobre aquella bonita máxima de que “nadie se ha arruinado nunca minusvalorando el gusto del público”, o dicho de otra manera: hecha sobre la base de que el público es idiota y el sábado por la noche en el multisalas igual se equivoca y se mete en nuestra película.
La gente, sin embargo, es mucho más lista que eso. Ve venir este tipo de jugadas a kilómetros de distancia.
Álvaro y yo intentamos pelear, dentro de nuestras limitadísimas limitaciones a estas alturas, alegando que nuestra película no era para el consumo masivo de chavales buscando cachondeo, que no era de mocos y pedorretas. Les pedimos que vieran y apostaran por la película mucho más pequeña y "adulta" que humildemente queríamos hacer. Pero fue inútil.
Todavía las cifras no han confirmado si el público ha caído en esta trampa. Lo que sí sabemos es que la crítica, o algunos críticos, sí han caído en ella. Según los críticos, esta película se generó en a partir de la anécdota de “Rafa no me jodas” (cuyo autor es un árbitro cuyo nombre todavía yo ni sé), eso para la crítica es una verdad informativa de las buenas, buenas de verdad.
Además, no se sabe si paralelamente o cómo, “Salir pitando” es, según la realidad que Álvaro y yo hemos conocido gracias a la inestimable ayuda de la crítica, una película en la misma línea de “Días de fútbol” o “El penalti más largo del mundo.” Cintas muy respetables ambas, pero acerca de las cuales yo me preguntaría qué tienen en común con “Salir pitando”, deseo que alguien me haga un razonamiento argumentado de paralelismos o ideas afines. Ah, que en ellas está de un modo u otro el tema del fútbol. Ah, claro. Se trata de ello. Qué gran paralelismo. Qué gran capacidad para el análisis.
Por cierto, ya sabéis que esta semana se estrena “Trece rosas”, esa comedia que aprovecha el tirón de otras comedias como por ejemplo “La vaquilla”. Porque transcurren en la Guerra Civil.
“Salir pitando” es una película sobre dos tipos que se pasan la película hablando y perdiendo aviones, y al final saltan a un campo de fútbol donde arbitran un partido durante siete minutos de metraje de película.
Aparte de otras cosas, tiene dentro una carga de amargura hecha arte por Guillermo Toledo y Javier Gutiérrez, cuyos trabajos sobresalientes, raros de ver, han quedado sepultados bajo el peso extraño de un malentendido provocado a sabiendas por unos, y por la ignorancia de otros.
Pero la película que Álvaro y yo queríamos hacer está dentro de “Salir pitando”. (Con sus defectos, que los tendrá, tampoco trato de decir que somos genios incomprendidos.) Pero ese es nuestro pequeño éxito. Sin acritud, ¿eh