domingo, 31 de mayo de 2009
“Nosotros perdemos hasta las guerras que ganamos”.
1.
Decía David B en una entrevista conjunta con Gipi publicada el sábado 30 en El País: “(…) todo el mundo está haciendo cómic autobiográfico. Y casi nunca resulta interesante. Se ha convertido en un cliché como lo era la supremacía de la ficción entonces. (…)” y Gipi respondía: “(…) Hay algo que no funciona cuando todas las multicionales quieren su división de novela gráfica”.
Algo parecido se me ha pasado a mí por la cabeza esta semana al darme una vuelta por las librerías de cómic para echar un vistazo a las novedades que se han editado con motivo del 27º Salón del cómic de Barcelona. Se publica tanto que resulta muy difícil saber qué puede llegar a interesarte de entre esa montaña de tebeos que amenaza con sepultar la mesa de novedades bajo su peso. Aunque llevo leyendo cómics compulsivamente toda la vida, por primera vez me encuentro con que no tengo ni idea de quienes son los autores de algunos de los “tochos” de 200 páginas editados en tapa dura que, como apunta Gipi, en muchos casos son publicados por editoriales que hasta el reciente “boom” de la novela gráfica (al menos mediáticamente, no sé si en cuanto a ventas) nunca se habían interesado por los tebeos. El resultado del repentino interés por la historieta de nuevos lectores es que, además de muy buenos tebeos excelentemente editados, como este, también se están publicando cosas como esta. Supongo que es inevitable. También se publican todos los meses decenas de novelas sin interés ninguno de las cuáles la mayoría pasan sin pena ni gloria. Como lector lo único que espero es que el exceso de oferta no acabe llevando a la ruina a las editoriales más pequeñas, que muchas veces son también las que editan las cosas más interesantes.
Y la cita de David B viene a cuento de que entre esa montaña de novedades también hay mucho relato autobiográfico (aunque a veces lo sean de una manera un tanto oblicua) tras cuya lectura uno no puede dejar de preguntarse: “Y esto… ¿se puede saber por qué me lo has contado?”. Incluso autores que se dedican a contar sus miserias como Jeffrey Brown y que me resultaban interesantes, últimamente me han acabado aburriendo. Brown necesita que le pasen cosas nuevas cuanto antes (o dejar de publicar un tiempo), porque no sé cuántas veces más va a poder contar sus problemas con sus primeras novias.
Aún así (y perdonad por rematar de forma tan contradictoria esta reflexión un tanto caótica), el tebeo con el que más he disfrutado últimamente, como dije un par de entradas más abajo, es autobiográfico y su autor es precisamente Gipi.
2.
Entre las novedades de esta semana hay una que, no sé muy bien porqué, me llamó especialmente la atención: “El arte de volar” de Antonio Altarriba y Kim. Y eso que la edición (más de 200 páginas a tamaño álbum, en tapa dura y con un diseño con un aspecto… más que anticuado, rancio, con esa portada pintada en un estilo realista que luego no es el que utiliza Kim en el álbum y que supongo intenta comunicar al lector que se encuentra ante una obra seria), me echó bastante para atrás. Y lo la tapa dura no es ninguna tontería. Cada vez me apetece menos volver a casa con dolor de espalda de cargar con tanto papel. Algún día las tiendas de cómic deberían hacer como los supermercados: mandar los tebeos a casa a partir de cierto gasto.
Y hojeándolo, me pareció un tebeo de acabado tosco y narración torpona, con muchas viñetas repletas de textos que apenas dejaban espacio para que el dibujo “respirara”. Además, me echaba para atrás el hecho de que conozco a Antonio Altarriba más como teórico que como guionista, y que, aunque me gusta como dibuja Kim, teniendo en cuenta que la obra que asocio automáticamente con su nombre es Martínez el facha, no estaba muy convencido de que su estilo fuera muy adecuado para contar una historia así. Claro que el argumento tampoco me resultaba demasiado atractivo.
Este es el texto que aparece en la contraportada del álbum:
“El 4 de Mayo de 2001 el padre de Antonio Altarriba se suicidó. (..) Al igual que otros muchos hombres y mujeres del pasado siglo intentó construir un mundo más justo y la historia le dio la espalda (…). Se trata de una crónica del siglo XX y un despiadado retrato de la condición humana en el que todos nos sentimos representados”.
Vaya, que aunque precisamente ambición no le falta, la descripción a priori no despierta mucho interés. Si uno se va a gastar 34 euros en un cómic, lo mínimo que quiere es que le convenzan de que la historia que le van a contar no se la han contado antes mil veces. Encima, una cosa que resulta siempre muy difícil contar bien es toda la vida de una persona así, que ni jugo un papel importante en los sucesos que se narran ni vivió peripecias que distingan sus desventuras de las de muchos de sus coetáneos. Si los cómics autobiográficos a veces resultan soporíferos, mucho más coñazo acaban siendo a menudo los cómics biográficos en los que el autor se empeña en contarnos lo maravilloso que fue algún miembro de su familia o una persona querida. Encima, habitualmente la biografía no es más que una excusa para que el autor hable de si mismo y acabe jaleándose por vía indirecta.
Sin embargo, pese a mis prejuicios, "El arte de volar" me ha parecido un gran tebeo. Altarriba ha sabido contar de forma interesante y muy emotiva la vida de su padre, un chico de pueblo con sueños de grandeza que lucha por la República en la Guerra Civil y tras una vida marcada por la derrota termina quitándose la vida en una residencia de ancianos (sin evitar los pasajes más sórdidos y desagradables e incluso varios que no le dejan muy bien parado; es una obra escrita desde el amor que no cae en la hagiografía), y ha logrado que me hayan interesado otra vez momentos de la historia de España tan vistos y leídos como los meses previos al estallido de la Guerra Civil o la trágica represión franquista durante la posguerra. Incluso hay pasajes, como el dedicado a la resistencia francesa, cuyo tono escéptico y desmitificador, pese a ser cada vez más habitual, sigue chocando tras tanta historia épica como hemos consumido sobre los al parecer no tan heroicos “resistentes” contra el nazismo. La frase que da título a esta entrada la pronuncia precisamente un compañero del protagonista poco después de ese periodo. Exiliados en Francia tras el final de la Guerra Civil, desencantados con los ideales que defendieron hasta el último momento, una vez acaba la Segunda Guerra Mundial y Francia recupera la libertad, los dos ex resistentes acaban saliendo adelante “robando a los pobres y sobornando a los poderosos”. Resulta desolador, pero desgraciadamente también muy creíble. Así de tristes somos a veces las personas. En realidad, podría decirse que “El arte de volar” es la historia de la larga derrota de un hombre honesto que, aún con todo en contra, se empeña en hacer el bien y solo consigue ser desgraciado. Y aunque el guionista aparece como personaje, lo hace en un segundo plano bastante discreto, sin robarle nunca protagonismo a su padre (y eso que hay un momento, casi al final del álbum, en el que el padre le pide algo que podría haber servido de base de un guión completo).
Pero a pesar de que la historia (y especialmente cómo se cuenta) me parece que merece la pena, lo que más me atrae de “El arte de volar” es precisamente lo que pensaba que no iba a gustarme mientras hojeaba el álbum: el trabajo de Kim.
Vaya pedazo de dibujante.
No se me ocurre otra manera mejor de expresarlo.
Como dice Antonio Martín en el prólogo, ya no es sólo que lo dibuje todo bien, y que no se arredre ante nada (escenas de masas, bélicas, todo tipo de ambientes y de situaciones), sino que no se detecta en sus páginas ninguno de los “trucos” a los que recurren algunos dibujantes para facilitarse la tarea cuando abordan temas históricos (como en esos tebeos con a lo sumo un plano general de situación inicial, repletos de primeros planos y en los que cuando el encuadre se abre, la “cámara” siempre está frente a los personajes más o menos a la altura de su cintura, a lo Bruguera… o casi como en las películas de época españolas, donde la falta de dinero obliga a hacer de la necesidad virtud). Pero lo que más me gusta es que sobre todo, su dibujo (y todo el cómic) tenga una intención más narrativa que estética. Me gusta que la diagramación de la página sea siempre tan simplona (como en algunos tebeos de Chester Brown, a veces las viñetas parecen dibujadas en papel aparte y luego recortadas y pegadas sobre la página hasta “rellenarla”); que la rotulación sea manual y nada homogénea (y con alguna falta de ortografía y erratas); que los globos sean tan amorfos y que en las escenas en las que varios personajes conversan, sus rabitos se crucen (¡pecado mortal para la mayor parte de los dibujantes!); que se pase de una escena a otra “a saco”, a lo Beto Hernández de la última época, sin esas transiciones pseudo cinematográficas que nos gustan tanto a algunos guionistas de historieta y que tan de moda puso Alan Moore en los 80; que las onomatopeyas estén dibujadas en la viñeta, integradas con el resto del dibujo; que el estilo esté a medias entre la caricatura y el realismo; que los personajes “actúen” con una naturalidad que sin embargo permite que comuniquen perfectamente sus emociones (y mira que eso resulta raro en cómic, donde a menudo parece que solo existe la frialdad a lo Clowes o la sobreactuación Eisneriana); en fin, me gusta que "El arte de volar" sea un tebeo “hecho a mano” y que se note.
De un tiempo a esta parte ando un poco cansado de tanto color informático “bonito”, sobrecargado de efectos fotográficos, de perspectivas trazadas con el apoyo de programas informáticos (que quizá ha usado también Kim, vete a saber, lo importante es que no se nota; como tampoco se nota por Ej.en el trabajo de Jaime Martín, y le cito a él porque ha explicado en su blog cómo trabaja con herramientas informáticas para dibujar sus álbumes) y de páginas diagramadas de forma tan sofisticada que a veces uno ya no sabe donde se anda*.
Ahora que lo pienso, "El arte de volar" tiene muchas cosas en común con el "Maus" de Art Spiegelman. Ambas cuentan la historia del padre del autor durante una época similar, y anteponen la funcionalidad del dibujo desde el punto de vista narrativo a cualquier otro criterio, aunque Spiegelman, pese a que su estilo sea el perfecto para "Maus", sí que me parece un dibujante más bien torpón, no como Kim (aunque con mucho más ego que Altarriba; a veces importa mucho más él que la historia de su padre). A ver si hay suerte y el tebeo de Altarriba y Kim acaba teniendo una repercusión similar. Porque desde luego se lo merece.
Y lo dejo ya, que pensaba escribir un par de líneas y al final llevo casi cuatro folios.
*Por si acaso, aclaro que me parece muy bien que haya cómics así (de hecho la serie que escribo para Francia está dibujada y coloreada intentando que cada página resulte lo más espectacular posible, con páginas repletas de viñetas de formas diferentes y color infográfico; y creo que es la mejor manera de contar esa historia), lo que me molesta es que a veces parezca que todos los tebeos tengan que ser de esa manera. Tampoco estoy diciendo que me gusten más los cómics “como los de antes”. No se trata de nostalgia (como la que pueden sentir los viejos roqueros por la música predigital de los 70, por Ej.) porque los “cómics de antes” de mi generación, los de nuestra niñez, estaban remontados, redibujados y sin su color ni sus portadas originales (los de superhéroes o los Príncipe Valiente o Flash Gordon) o coloreados mecánicamente y rotulados con una tipografía que parecía de máquina de escribir (casi todos los demás, desde los Axterix a los de Bruguera). Eran puro artificio y lo más distinto a una obra artesanal que uno pudiera imaginarse. El tebeo en el que la mano del autor se nota en cada uno de sus aspectos ha sido casi siempre una “rara avis”. Ni siquiera la mayor parte de los nuevos autores franceses (bueno… lo de “nuevos” es relativo; me refiero a Sfar, Trondheim y compañía) se libran de un coloreado digital estandarizado realizado por un colaborador, aunque en su caso en vez de brillos y efectos tridimensionales hiperrealistas prefieran colores planos usados de forma expresionista.