jueves, 13 de agosto de 2009

Terminando con Terminator

¿La manera más rápida de convertir en un sinsentido la historia de una película? Pues muy fácil. Como quieres que lo interprete un actor famoso, infla a un personaje secundario y su subtrama para darle más importancia sin cambiar apenas el resto de la historia. Parece ser que eso es lo que hizo McG, el director del último (y para mí, desastroso) Terminator, cuando Christian Bale le dejó claro tras su primera entrevista para hablar del guión que sólo así aceptaría ponerle cara a John Connor. Los “perpetradores” (pero no responsables) del desaguisado fueron Jonathan Nolan -otro requisito de Bale- y Paul Haggis, quienes, si no me equivoco, no aparecen acreditados en la película (al menos sus nombres no están en la ficha de la IMDB, y no recuerdo si los vi en el cine). Lo acabo de leer en un artículo de la revista Empire, en el que McG habla de ello como de algo positivo. Y aunque tanto Nolan como Haggis han escrito muy buenos guiones por su cuenta, "parchear" un guión ajeno es a veces más difícil que partir de cero y su trabajo nunca llega a dar la impresión de formar parte de la misma película cuya (en teoría) trama principal protagoniza Sam Worthington.
Lo irónico del asunto es que Christian Bale tenía razón. No creo que sus razones fueran esas, pero lo que los fans de la serie llevábamos queriendo ver desde hace 20 años era a John Connor liderando la guerra de la resistencia humana contra los Terminators. Sólo que para haber contado eso en condiciones probablemente habría que haber tirado el guión a la basura y retrasar el rodaje un año para escribir uno nuevo. Algo que es imposible con una fecha de estreno anunciada antes de empezar a rodar.
Mira que le estoy dando vueltas a Terminator Salvation, pero, como comentaba en una entrada anterior, me parece un ejemplo bastante claro de cómo pueden torcerse las cosas durante el desarrollo de un guión. Resulta muy frustrante (sobre todo si la historia que tienes funciona bien tal y como está), tener que retocar un guión sabiendo que lo estás empeorando y que encima lo haces por razones que poco o nada tienen que ver con escribir una buena película. Y más frustrante es aún firmar un guión que, ya no es que contenga partes escritas prácticamente al dictado, sino que ni siquiera has escrito tú totalmente. Pero así es el cine. A mí me ocurrió con Los Totenwackers y todavía no he sido capaz ni de ver la película acabada (ya tuve bastante con un primer montaje sin los efectos especiales). Luego, cuando te felicitan o te critican por el guión (y las dos cosas me han pasado con Los Totenwackers), te quedas con cara de tonto y sin saber qué decir. Sobre todo cuando el comentario viene de alguien que no trabaja en esto. No es plan de darle una charla de media hora para explicarle porque no te sientes aludido ni por la felicitación ni por la crítica. Y eso que al menos en ese caso la historia era más o menos parecida a la que habíamos escrito Antonio Trashorras y yo. En muchas otras ocasiones (y ya hablaré algún día aquí de Eskalofrío, donde ambos aparecemos junto a otros cuatro nombres en los créditos finales de una película que sólo tiene tres o cuatro escenas que se dan un aire a lo que escribimos nosotros), no ocurre ni eso. El ejemplo más reciente que se me ocurre de guionista acreditado pese a que en la película estrenada no queda casi nada de lo que escribió (y puede que lo haya mencionado ya en el blog, perdonad si me repito), es el de Hancock. Si tenéis curiosidad por saber hasta que punto los créditos de un largo pueden ser engañosos, podéis leer aquí el guión original.