“(…) Las mujeres dejamos de ser hombres invertidos para pasar a ser OTRO en todos los sentidos: nuestros huesos, músculos, órganos, tejidos, todo era diferente, otra maquinaria diferente por completo, y esa anomalía biológica fue siempre muy delicada. “Aunque es verdad que la mente es común a todos los seres humanos”, escribió Paul-Victor de Séze en 1786, “no todos tienen la capacidad de emplearla de forma activa. De hecho, para las mujeres tal actividad puede ser muy dañina. Debido a su naturaleza débil, una gran actividad cerebral en las mujeres podría agotar a los demás órganos, afectando su correcto funcionamiento. Sobre todo serían los órganos generativos los más fatigados y expuestos al peligro en caso de que el cerebro femenino hiciera un esfuerzo desmedido”. La teoría de que el pensamiento reseca los ovarios contó con una larga vida. El doctor George Beard, autor de La nerviosidad americana, sostiene que, a diferencia de “la india norteamericana en su tipi” cuya vida estaba centrada en sus partes pudendas y dedicada a parir una cría tras otra, la mujer moderna estaba deformada por el pensamiento y, para demostrarlo, citaba la obra de un distinguido colega que había medido los úteros de señoras de esmerada educación y había descubierto que medían la mitad de los de aquellas que no habían recibido educación alguna. En 1873 el doctor Edward Clarke (…) publicó un libro con el amable título de Los distintos sexos en la educación: Una oportunidad para los jóvenes, en el que sostenía que debía prohibirse la entrada al aula a las chicas que estuvieran menstruando y citaba pruebas concluyentes, de estudios clínicos realizados en HARVARD con mujeres intelectuales, de que el exceso de conocimiento había vuelto a las pobres criaturas estériles, anémicas, histéricas e incluso locas. Quizá ése fuese mi problema. Leía demasiado y mi cerebro había explotado (…).”
Del mismo libro de Siri Hustvedt que también he citado ahí abajo (traducido por Cecilia Ceriani, por cierto).
Feliz año