domingo, 3 de junio de 2007

ALGUNAS DE LAS COSAS QUE HE APRENDIDO (1)


Una aclaración previa: en esta sección no pretendo hablar de verdades absolutas, sino de "mis verdades", o sea, de las cosas que he aprendido a base de escribir y que me han sido útiles para mejorar mis guiones. Mis reflexiones no son resultado de haber digerido mal unos cuantos libros teóricos, sino de haberme equivocado muchas veces. Estoy seguro de que habrá quien (incluso otros guionistas) no esté de acuerdo en absoluto conmigo, y es probable que un par de años de escritura más me hagan cambiar de opinión sobre algunas cosas. Pero, de momento... estas son algunas de las cosas que he aprendido.


Uno de los defectos más comunes de la mayor parte de los guiones que caen en mis manos -y de, estoy seguro, también de al menos las primeras versiones de los míos-, es que suelen tener unos primeros actos excesivamente largos en los que el momento en que verdaderamente arranca la historia (lo que en algunos libros teóricos llaman el detonante) llega demasiado tarde.
Y estoy convencido de que es uno de los defectos más graves que puede tener un guión.
Entre otras cosas, porque puede impedir que ese hipotético lector que queremos que se enamore de nuestra historia, termine de leerlo. Si ya le hemos aburrido en solo 30 páginas… ¿por qué va a seguir adelante?
La razón más habitual por la que se suele llegar tarde al detonante es que se dedica demasiado tiempo a explicar cómo es el mundo en el que transcurre la historia y cuáles son las circunstancias del protagonista*.
Pero después de haber escrito muchos guiones, si una cosa me ha quedado clara es que para eso no hacen falta tantas páginas como solemos creer. Lo fundamental se explica rápido, en cinco o diez páginas, y lo accesorio debería deducirse de las acciones que llevan a cabo los personajes durante el resto del guión. En realidad, la mayor parte de las veces no necesitamos saber mucho para interesarnos por un personaje ni para comprenderlo (y repito que ese es el objetivo de esas primeras páginas). Sin embargo, a pesar de que todos hemos visto cientos de buenas películas de cuyos protagonistas no podríamos escribir más de dos o tres líneas, al comenzar a escribir un nuevo guión parecemos olvidarlo y nos empeñamos en engordarlo a base de acumular momentos (biográficos, descriptivos) que no importan de cara a explicar la historia que estamos contando.
No hay que olvidar nunca que de lo que se trata es de conseguir que el lector/espectador no se aburra. Porque hasta que la historia no arranca, hasta que la película digamos que no revela sus verdaderas intenciones, como espectadores nos encontramos a la expectativa, tensos; y si tenemos que mantener esa tensión más allá de media hora, por lo general no somos capaces, nos desinflamos, perdemos interés y, por tanto, nos aburrimos.
Ahora mismo se me ocurre que se trata de un proceso similar al que experimentamos cuando nos cuentan un chiste. Mientras el chistoso empieza a contarlo, como esperamos que realmente sea capaz de divertirnos le damos un margen de confianza, pero si los prolegómenos se alargan demasiado, y el remate (con sus risas) no acaba de llegar, nos impacientamos, dejamos de prestar atención y lo único que queremos es que el chistoso termine de una vez. De hecho, es probable que aunque el remate sea gracioso, ya no nos riamos.
Si bien no me atrevo a generalizar, me atrevería a decir que este defecto es uno de los más comunes también en muchas películas españolas: que arrancan tarde y cuando lo hacen encima es de forma poco clara.
A veces olvidamos que las historias siempre se las contamos a alguien, y que, por encima de todo, independientemente de que hagamos comedia, drama, cine palomitero o cine de autor, nuestro objetivo principal debería ser saber arreglárnoslas para que ese “alguien” las escuche con interés.
Intentando aplicarme el cuento, precisamente yo estoy ahora mismo en pleno proceso de “pelado” de un guión. Y es curioso como muchas escenas que me parecían fundamentales hace unos meses, ahora me parece que sobran totalmente.
Aún así, incluso cuando procuras que el guión sea lo más conciso posible, en montaje te das cuenta de que se pueden cortar cosas.
Como Ej. de todo esto he escaneado un par de hojas del libro del guión de Sunshine (Danny Boyle, 2007). Tiene unas diez páginas que aunque fueron rodadas, no se incluyeron en el montaje definitivo. Y, previsiblemente, la mayor parte de esas páginas son del primer acto: diálogos intrascendentes entre los personajes, paseos por dependencias de la nave que luego volvemos a ver en el transcurso de otras escenas, etc.
Y nadie las echó en falta al ver la película en el cine.

*Mientras revisaba este texto antes de colgarlo, he ido al cine a ver Half Nelson. Pues bien, es un ejemplo perfecto de guión con un primer acto innecesariamente alargado. De hecho, toda la película es en realidad un primer acto. Durante hora y media se suceden más y más variaciones de tres o cuatro escenas que describen cómo es la vida de los dos protagonistas y, cuando por fin ocurre algo… se acaba. Sin embargo, la película ha recibido críticas muy buenas, premios, etc. Pero yo me aburrí, y mucho. Y si no llega a ser por lo bien que están Ryan Gosling y Shareeka Epps, creo que me hubiera resultado insoportable. En todo caso, como guionistas, nunca podemos esperar que haya factores extranarrativos (como un buen casting), que impidan que se “noten” los defectos de la construcción dramática del guión (aunque ocurre muy a menudo; a ver si hablo algún día de todas esas buenas películas mal escritas; y de lo contrario, de guiones bien estructurados que han dado como resultado películas infumables).