jueves, 14 de junio de 2007

Spoiler

Voy a ampliar lo que comentaba sobre El traje del muerto (y, si queréis comprar el libro, absteneros de seguir leyendo, porque destriparé el argumento):

El punto de partida de la novela es el siguiente: Judas Coyne, una multimillonaria y veterana estrella del rock ya retirada (una especie de cruce entre Ozzy Osbourne e Iggy Pop con un toque de Marilyn Manson), que colecciona objetos relacionados con el esoterismo y el mundo de lo paranormal, compra un fantasma tras responder una oferta que su secretario recibe por mail. A los pocos días, Judas recibe una caja en forma de corazón con el traje que vistió el fantasma al morir. Según el vendedor, allí donde está el traje se aparece el espíritu del muerto. A las pocas horas, el sorprendidísimo Judas (que ha comprado el traje por pura excentricidad) descubre que el fantasma es real y que no ha entrado en su vida por casualidad. Porque el espectro es el padrastro de Marybeth, una antigua amante suya, 30 años más joven que él y algo desequilibrada, que se suicidó después de que Judas la mandara de vuelta con su familia. La caja con el traje la ha mandado la hermana de Marybeth con la intención de que el fantasma venge su muerte.

A mi esto me pareció muy interesante como punto de partida. Judas es un capullo, y, aunque probablemente no se merece un castigo como el que le tiene preparado el fantasma, no puede decirse de él que sea precisamente un inocente.

Pero más o menos en la página doscientos cincuenta y tantas, Hill nos sorprende con la siguiente información: Marybeth no se suicidó, sino que fue asesinada por su padrastro. ¿Por qué? Pues porque el padrastro, que ya abusó sexualmente de ella cuando era niña, está haciendo ahora lo mismo con su sobrina y la chica (extrañamente envalentonada tras haber pasado unos meses con el más bien pasotil Judas) quería denunciarle. Y lo peor es que su hermana lo sabe y lo consiente.

Pero… ehhh… a ver.. ¿con Marybeth muerta, por qué la hermana y el padastro quieren matar a Judas?

Judas no sabe nada sobre los abusos sexuales que ha sufrido la chica, y, lo que es más, no ha vuelto a preocuparse con ella desde que la echó de su casa. En realidad, ni siquiera sabe que ha muerto hasta que se lo cuenta el fantasma. O sea, Judas no es ni de lejos una amenaza para ellos, con lo que… ¿por qué intentar llevar a cabo una venganza que para lo único que puede valer es para llamar la atención sobre lo que ha ocurrido?

Obviamente, este giro tiene dos objetivos: por un lado, reanimar una trama cuyo desarrollo se ha estancado, y por otro, convertir a Judas en un personaje más positivo de lo que parecía al principio. Al fin y al cabo, si su ejemplo ha servido para que la chica se decidiera a intentar denunciar una situación así, Judas no puede ser tan malo.

Pero a mi lo que me molesta no es sólo eso (que Hill acabe llevando su novela por caminos muchos más convencionales y aburridos de los que cabía esperar tras leer las primeras 100 páginas), sino algo mucho más sencillo: que como por desgracia pasa tantas veces, los “malos” se comporten como idiotas y decidan llevar a cabo un plan que, de fracasar, conseguirá que ocurra lo que más temen: que aquello que llevan ocultando durante décadas salga por fin a la luz. Porque además no están intentando matar a un don nadie, sino a una celebridad. Salga o no bien el plan, los malos tienen más que perder que ganar. De hecho, como podéis suponeros, eso mismo es lo que pasa al final del libro. Y esto todavía podría justificarse de la manera en que se intenta en la novela (es una venganza, “¡le enseñó a nuestra niña a pensar de forma independiente y ahora debe morir!”, o algo así), si lo que ocurre fuera resultado de un calentón, o el plan absurdo de dos psicópatas, pero tanto la hermana como el padrastro pretenden ser dos villanos fríos y calculadores, capaces de elaborar un plan tan retorcido como el de la caja y el muerto.

Luego, Hill se enreda (o más bien se empantana) en una serie de flashbacks que intentan justificar el cambio de rumbo de la historia, reinventando además cada pocas páginas las reglas que rigen el comportamiento de los fantasmas de la novela. Todo ocurre más bien porque sí. La sensación es la de estar ante un escritor en apuros, que sabe que quiere llegar a los puntos A y D sin haber pensado muy bien dónde estaban B y C antes de ponerse a escribir. Es una pena, pero al final El traje del muerto acaba pareciendo un primer borrador, interesante, con buenas ideas, pero todavía con mucho trabajo por delante.

Lo bueno es que cuando Neil Jordan dirija la película, solo puede mejorarlo…

¿Y por qué me parecía importante esto de cara a concebir otras historias?

Pues por algo muy sencillo: nunca hay que olvidar que para que una historia funcione, los objetivos del antagonista tienen que tener tanto sentido como los del protagonista. Los “malos” no pueden ser idiotas (excepto en algunas comedias). Había alguien que decía -y ahora mismo no recuerdo quién- que el héroe es mucho más héroe cuanto más inteligentes y poderosos son aquellos que se oponen a él. Y tenía bastante razón.

Hay demasiadas historias (y no precisamente con vocación “pulp”) en las que los planes de los antagonistas rozan el ridículo, como si de pronto se hubieran convertido en villanos de película de superhéroes, en Lex Luthors o Magnetos empeñados en poner en marcha planes que de salir bien acabarán destruyendo el mundo que supuestamente quieren dominar.

Estoy seguro de que si el “malo” de El traje del muerto hubiera sido sólo un poquito más inteligente, no me habría costado tanto leer las últimas 100 páginas.