Como recibo muchos mensajes preguntándome si merece la pena matricularse en el máster de la Universidad Pontificia de Salamanca, al final he decidido escribir esta entrada dando mi opinión al respecto.
Las preguntas concretas que recibo más a menudo son:
-¿Es un buen máster?
-¿Cuándo acabe, saldré convertido en guionista?
-¿Me servirá para conseguir trabajo?
Veamos…
Yo creo que el máster es muy completo y que no está montado con la intención de sacarle las perras a los alumnos sino de proporcionarles una formación como guionistas, tanto teórica como práctica, lo más completa posible. Matriculándose en él se puede aprender, y mucho (y no sólo sobre escritura, sino acerca de cómo funciona nuestra industria audiovisual, cosa que también es importante para evitarse disgustos). Aunque como siempre, lo que se aprenda o no depende sobre todo del esfuerzo que ponga cada alumno.
Luego, sí que puede servir para hacer contactos que te pueden llevar a conseguir trabajo. De hecho, a veces algunos de los profesionales que colaboran con el máster les piden pruebas a los alumnos para los programas que producen, y varios de ellos ya han conseguido trabajo de esta manera. Pero matricularse en el máster esperando que eso ocurra es un poco como comprar un billete de lotería y pretender que por narices tenga que tocarte algún premio.
Por otra parte, para ser guionista no hace falta hacer ningún curso. Yo, por Ej. nunca hice ninguno. Aprendí todo lo que me hacía falta saber leyendo libros teóricos, y por supuesto, escribiendo. Sobre todo, escribiendo.
¿Que me habría venido bien hacer un máster así cuando tenía 25 años? Pues no lo sé. Yo lo que quería a esa edad era ser dibujante, y, tras estudiar Bellas Artes se me quitaron las ganas de serlo. Quizá, si en vez de ir aprendiendo a escribir a mi aire, a mi ritmo, me hubiera matriculado en un máster como el de Salamanca, me habría vencido la presión y ahora tampoco sería guionista.
Sin embargo hay mucha gente –probablemente la mayoría- a la que le ocurre todo lo contrario: son incapaces de encontrar la motivación necesaria para escribir en casa por su cuenta. A muchos de ellos, compartir unos meses con gente que tiene su misma vocación y estar en contacto constante con profesionales del guión, les resulta tan estimulante que acaba siendo determinante para que también acaben siendo guionistas.
Y, aunque es algo que solo atañe al módulo de cine, creo que los alumnos que consiguen terminar una primera versión de su guión en el taller de escritura, están más cerca de conseguir ser guionistas. Seguro que ya lo he dicho aquí antes: las primeras cien páginas son las más difíciles. Acabar el primer guión (ya sea éste bueno, malo o regular) es muy importante. Al hacerlo rompes una barrera psicológica que ya nunca vuelve a alzarse. No vale con empezar varios guiones y dejarlos al primer acto. Hay que terminar uno, enfrentándose a los problemas particulares que plantea cada acto, cada punto de giro, hasta conseguir tener las 100 páginas (más o menos) de marras. Eso no quiere decir que a partir de entonces escribir vaya a ser fácil (nunca lo es), pero desde luego, no es lo mismo. Además, esos alumnos dejan el máster con una muestra de escritura que, aunque nunca llegue a producirse, si puede facilitarles conseguir otros trabajos. Al fin y al cabo, uno no es guionista hasta que termina un guión.
Resumiendo: el máster está muy bien, pero, dependiendo de cómo seas tú, de tus expectativas (tanto vitales como profesionales) y de las ganas de trabajar que tengas, te puede ser útil o no.
Ah, hay otra cosa que puede ser importante: pasar unos meses escribiendo teniendo que cumplir fechas de entrega y sabiendo que tu trabajo va a ser valorado tanto por tus tutores como por tus compañeros, puede ayudarte a saber si realmente quieres ser guionista. A lo mejor parece una tontería (obviamente, se supone que todo el que se matricula en el máster quiere ser guionista), pero a mi me parece algo crucial. Porque no es lo mismo imaginarse cómo es ejercer una profesión que practicarla realmente. Hace ya muchos años, yo pensé en ser animador, pero, tras matricularme en un curso de animación, bastaron dos (soporíferas) semanas intercalando para que me diera cuenta de que aquello no era para mi. Una cosa era que me gustaran los dibujos animados y otra muy distinta que a mi me gustara ser animador ocho horas al día, todos los días.