domingo, 14 de septiembre de 2008

Zoquetes


No sé muy bien porqué, pero aunque lo he intentado varias veces, nunca he podido terminar una novela de Daniel Pennac. Hay algo en su manera de contar las cosas que se me atraviesa. Sin embargo, al leer el texto que aparece en la contraportada de su último libro publicado en España, el ensayo autobiográfico Mal de escuela, me picó la curiosidad y, a pesar de las malas experiencias anteriores, me animé a comprarlo. Y no me he arrepentido. En Mal de escuela Pennac habla, con mucha inteligencia y sentido del humor, de lo mal alumno que fue; del sufrimiento que generó su fracaso como estudiante en su familia; de cómo, gracias al apoyo de sus padres y de algunos profesores, acabó “redimiéndose”, y, sobre todo, habla de cómo se siente uno al ser “un zoquete” durante tantos años y de cómo eso determina tu visión del mundo y del lugar que crees merecer ocupar él. Y yo, que fui un estudiante lamentable (entre otras hazañas, tardé MUCHOS más años de los que habría debido en acabar el B.U.P.) que, como Pennac, sin embargo ha acabado dando clases en la universidad, no solo me he sentido totalmente identificado con sus palabras, sino que he tenido la impresión de que en algunos momentos estaba explicando mi experiencia mucho mejor de lo que jamás habría sido yo capaz de hacerlo.
Por ejemplo, este párrafo define perfectamente algo de lo que he hablado a menudo con algunos amigos cuando he intentado explicarles cómo me sentía en aquella época en la que aprobar un examen de matemáticas me parecía más difícil que escalar el Everest:

“Prohibido el porvenir.
A fuerza de oírlo me había hecho una representación bastante concreta de mi vida sin futuro. No era que el tiempo dejara de pasar, ni que el futuro no existiese; era que yo seguiría siendo el mismo que soy hoy. No el mismo, claro está, no como si el tiempo no hubiera corrido, sino como si los años se hubieran acumulado sin que nada cambiase en mí, como si mi instante futuro amenazase con ser del todo semejante a mi presente. ¿De qué estaba hecho mi presente? De un sentimiento de indignidad que saturaba la suma de mis instantes pasados. Yo era una nulidad escolar… y nunca había dejado de serlo. Está claro que el tiempo pasaría, y el crecimiento, y los acontecimientos, y la vida, pero yo pasaría por esta existencia sin obtener nunca resultado alguno. Era mucho más que una certeza, era yo.
Algunos chicos se persuaden muy pronto de que las cosas son así, y si no encuentran a nadie que los desengañe, como no pueden vivir sin pasión, desarrollan, a falta de algo mejor, la pasión del fracaso”.

Aún hoy, sueño a menudo que tengo que volver al instituto. En mi sueño (o más bien, mi pesadilla), alguien ha descubierto que en realidad nunca conseguí aprobar las temidas matemáticas y que debido a ello toda mi vida posterior ha sido un engaño, una farsa. Porque sin el título de bachillerato, todo lo que he hecho desaparecerá. Será como si mis guiones nunca hubieran sido escritos, como si nunca hubiera dado una sola clase. Y para evitarlo, me veo, con 39 años y el pelo ya canoso, sentado de nuevo en un aula de mi instituto, rodeado por alumnos adolescentes que se burlan de mí, intentando resolver un problema que no consigo entender por mucho que me esfuerce. Desesperado, pienso que prefiero perderlo todo a seguir ahí, tratando de comprender qué narices significa eso del “mínimo común denominador” mientras el profesor (el temido don Javier, con su jersey raído con agujeros en los sobacos) me repite una y otra vez aquello que me soltó el primer día de clase: “Usted nunca conseguirá aprobar conmigo, Muñoz, NUNCA”.